H i l d a
HILDA
Nunca tuvo temor al fuego aunque eso habría de costarle la vida, pero nunca lo imaginó ni lo supuso siquiera. Su apego al fuego venía desde muy pequeña cuando Hilda tenía apenas tres años de edad solía ir, desde la cocina de su casa, hasta el sótano con un cirio encendido para llevar a su padre la luz necesaria que le permitiera trabajar. Así comenzó todo.
Asunto que fue festejado tan rotundamente por sus progenitores que ella lo tomó como una cualidad inherente a su persona y luego, a la menor provocación, se hacía de elementos que tuvieran que ver con el fuego, hasta convertirlo en un elemento propio a su persona y presencia.
Y así pasaron gran cantidad de situaciones y escenas diversas a lo largo de su vida. Todas emparentadas con el fuego.
Por ejemplo, a los diez años llegó con una cauda de fuego en las manos para encender, una a una, las velas en la ceremonia de su primera comunión. A los quince años hizo malabares diversos, con fuego, en su fiesta y baile con la que le celebraron esa memorable fecha de cumpleaños sus padres ante el alarido y gozo de sus amigos, parientes y compañeros de escuela que asistieron al festejo.
Fama fue ganando con sus habilidades para manejar el fuego e Hilda tenía aprecio que ya rebasaba las fronteras de su aldea, a grado de ser invitada a otros lugares cercanos a su domicilio, sin que ella supiera que la conocían y, desde luego, cobraba un buen dinero por esos menesteres lúdicos.
No faltaron desde luego pequeños incidentes que agregaban emoción a sus presentaciones públicas, tales como, el encendido y destrucción de algunas cortinas, la amenaza de incendio para algunos de los presentes, incluso el daño a ciertos muebles en las casas o auditorios donde se presentara pero sin pasar a mayores hasta que, acaso ya por tener muy mecanizados sus malabares, Hilda empezó a tener, a manera de aviso, algunos tropiezos que le dañaban en lo personal, tales como quemaduras en las manos y brazos, incendio de algunas vestimentas o hasta daño en el pelo.
Pero su fama no cesaba, antes bien crecía y se convertía en una suerte de leyenda urbana que dominó muy buena extensión de la comarca alrededor de siete entidades federales que abarcaba ese territorio.
Muchas personas comentaban el asunto. Los medios de comunicación, radio, prensa, televisión y periódicos, hicieron crecer esos rumores favorables.
Pero nadie imaginó que delante de todos, en lo que sería la presentación más concurrida a realizarse en el auditorio más grande de la capital del estado, Hilda iba a quedar presa de las llamas como un bonzo sin que nadie tuviera tiempo de auxiliarle o impedir el siniestro.
Del libro inédito: LA REGLA DE ORO.
Comentario
¡Wow! Qué peligrosa inclinación la de esa niña, vamos a los padres, que no pusieron un alto, a la primera quemadura de muebles; pero seguro vieron que era rentable y como "dinero poderoso caballero" se llegó a un final por demás lamentable!
Bestial relato, bestial por grandioso y bestial porque la bestialidad de jugar con fuego!
Felicitaciones mi querido Benja por la narrativa que estuvo bastante clara!
Un beso
Benjamín,
El que juega con fuego...
Muy buena historia.
Saludos y bendiciones!
La historia que nos compartes destaca cómo los pequeños accidentes inicialmente solo aumentaban la emoción y el mito alrededor de Hilda, pero eventualmente terminaron perjudicándola de manera fatal durante su presentación más importante y nos muestra cómo el riesgo y la fama pueden converger de una manera trágica.
Gracias por compartir
Agregado por Nilo 0 Comentarios 1 Me gusta
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