Fantasía de amar

 

Todo empezó aquel caluroso día de abril, cuando ya empezaban a cerrarse las persianas de las casas, porque el calor se filtraba por entre las viejas ventanas. En ese preciso instante, un silbido de amor electrizó mi pecho y llenó de suspiros y dulces violetas el bello momento.

Se cortó mi respiración, un temblor sacudió mi asombrado cuerpo, mientras dos pupilas de miel se fundían en mi entrecortado aliento. Todo sucedió como en un cuento de hadas, ella era el hada y yo el motivo de esa nueva historia que ahora les cuento.

Venía distraído pensando en lo bello que es el cielo cuando no hay nubes negras en su camino y mi mirada se perdía en aquel celeste infinito, que me llenó de alegrías. Fue en ese preciso instante en que me deleitaba con el azulino firmamento¸ cuando una tenue voz me llamó sacándome de mi encantamiento. Volví mi mirada hacia ella y...  les juro que me olvidé del cielo, de las nubes negras y hasta de mi nombre, al contemplar aquellos expresivos ojos de champaña que  burbujeaban todo el universo.

Habló y no le escuchaba, estaba perdido en medio de la melaza que escurrían sus ojazos, llenando de almíbar mis sorprendidos sentimientos. Extrañada alzó su tenue voz y atiné a escuchar: “¿Está usted bien señor, necesita ayuda?”  Cuando volví a posar mis pies sobre la tierra, le respondí, que la luz de sus ojos había hechizado el momento, que me perdí entre tanto candor mientras escuchaba el repiquetear de mi atónito corazón ante tanto embeleso.

Una suave risa emergió de sus labios de fresa y volví a quedarme en silencio con la mirada perdida, pensando que lo que vivía no era cierto. Me miró sorprendida al saber lo que su presencia había causado en mí y al observar cómo se batían mis ojos de arriba hacia abajo como perdidos dentro de un coctel de amores y embelesos.

Sentí la calidez de sus finas manos tocar la frías mías y me volvió a preguntar, que si estaba bien… Pero, señores… ¿Quién iba a estar bien ante la mujer más hermosa que haya habitado sobre el planeta?

Balbuceando la invite a la cafetería de la acera del frente. Me miró con cara de niña traviesa y me dijo que sí, que no había problemas. Mientras tomábamos un café me hablaba sobre su vida, pero yo de la luna no bajaba, estaba perdido en un mar de almíbar.

Sus ojos eran dos diamantes amarillos, su nariz virgen como la selva amazónica, su boca terruño de azúcar roja y su cabello sortilegio negro caído del cielo.

De nuevo caí de la luna y me encontré con dos iris amarillos que se plantaban en lo más profundo de mis cimientos. Le dije mi nombre, que  era un hombre solo y que miraba al cielo buscando una estrella para que iluminara mis oscuros momentos. Volvió a reír y me tomó de nuevo de la mano diciendo: “Eso que dices no es cierto”… Claro, ¿qué iba a saber la Diosa de la belleza, que tenía un incendio carcomiendo mis venas?.

Luego habló con voz pausada como excusándose que se tenía que retirar. Le pedí acompañarla a su casa, aceptó y nos fuimos charlando bajo un cielo claro y bajo el calor intenso de nuestra ciudad. Llegamos a la puerta de su casa, le tomé la mano y le pregunté: ¿Nos volveremos a ver? Me respondió: “no sé, eres un desconocido y yo aún no sé qué quiero”. Trancó la puerta de su casa y me quedé un largo rato pensando si era realidad ese bello tormento o una jugarreta de mi mente. Partí a mi casa con la esperanza de volver a verla.

 

Al día siguiente llegué hasta su casa toque la puerta y nadie respondió. He pasado por ahí cada día de los últimos dos años y esa casa está desierta, le he dejado rosas en su puerta y dos lágrimas de dolor que no se secarán como las rosas que he dejado, como promesa eterna de que vive en mis pensamientos.

 

P.D: Espero sea de su agrado, es mi segundo cuento en muchos años, Gracias Marco

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Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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