En la Ermita.
Un haz de luz del viejo reflector entra,
dibujando las rejas en las paredes
lánguida superficie desteñida por el sopor del tiempo
tenues sombras que sirven de sombra a otras sombras
un vaso azul proyecta su figura y se quiebra en la redondez de una vasija
la mesa, llena de utensilios polvorientos, envejecidos
envases de aluminio lacerados de minúsculas huellas a contra luz
recipientes de lúcido cristal con sus irradiaciones cósmicas
una arañita teje su morada transparente en la urdimbre del tiempo
extraña criatura de larguísimas patas, diminuto núcleo esférico
que oscila con pausada armonía en el silencio.
Una ventisca clara irrumpe rasgando el cobertizo
y atraviesa el espacio de luz amarillenta
afuera se oye el aleteo de los murciélagos
en su romance armónico con el atardecer
de suave oscuridad, a penas son las siete de la noche
exánime crepúsculo, coquetea en el espectro nocturnal
de la joven tiniebla,
en la distancia persiste el ladrido de los perros,
intercambian sus impresiones taciturnas
en el tendedero del patio, la ropa se deja mover
por diminutas ráfagas de viento
cambiándose de espacios en las cuerdas como duendes traviesos.
Los palominos acarician su nido y emiten un sonido gutural
en la arista saliente de la Ermita
las sillas sienten la soledad y arrullan la permanencia
de un aislamiento sepulcral
la ausencia está presente. Se toma los espacios, se sienta,
se levanta y camina al estilo cadencioso de las sombras.
La Ermita irradia su luminosidad de exiguos coloridos
en la latitud azul de las tinieblas.
© Cástor A. Olivier O.
El hijo del cisne.
Venezuela.
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