Era jueves de feriado largo.
Yo tenía 18 años y por 15 minutos de atraso había perdido el tren al puerto de Mejillones
Ya habia oscurecido así que tomé mi mochila y decidí ir a dormir a la playa. El tiempo no era frio. Me tendí en mi saco de dormir, pero unos policías me corrieron de ahí.
Volví a los alrededores de la estación y pensé que si saltaba la pared podría dormir en alguno de los vagones ahí detenidos.
El muro era alto y liso lo intenté una vez pero resbalé
Un auto se detuvo a mi lado. Caminé despacio, me siguió. Me detuve, se detuvo.
Bajó ella y me dijo
—Te conozco, en la biblioteca. Una vez podías llevar solo dos libros y yo te pasé tres
—Eres la bibliotecaria del mesón de la pecera. —le dije— Estás sin lentes
—¿Qué haces aquí? —me preguntó
—Perdí el tren y buscaba donde dormir.
Puso sus manos en las caderas. Dio una vuelta caminando lentamente y luego dando un palmazo a la tapa del motor me dijo:
—Sube. Puedes dormir en mi auto.
Llegamos a su casa, entró al estacionamiento y me dijo:
—Vuelvo en cinco minutos—. Regresó con una frazada y una almohada.
—Déjame un espacio —.me susurró—. y se sentó a mi lado
—¿Estas con alguien? —le pregunté
—Mi marido está arriba, viendo televisión. En media hora subo a apagarla, seguro que ya estará dormido.
—¿Y si nos ve aquí?, a los dos.
—Pues nada, estamos conversando
—Mejor me voy, no quiero líos —dije levantándome
—Nos vamos los dos entonces e hizo partir el auto
—¿Dónde iremos? —pregunté
—A la playa
Mientras conducía me dijo
—Sé que has leído a Heminway, Huidobro, Whitman, Bierce, Kundera, Zilay, Chejov. Son libros extraños para un estudiante de geología.
—Esos libros no te los he pedido a ti. Tú estás en la biblioteca de ciencias
—Leo lo que lees, y también tú lees lo que yo leo. Y está lo de mi pecera. ¿Dónde aprendiste a hablar con los peces?
—¿Te acuerdas de eso? —le respondí— Fue hace semanas.
—Sí. Tú llevabas una camisa de rayas fuera del pantalón. Le dijiste a mis peces que en año nuevo pidieran el deseo de ser humanos para que se ahogaran de la risa. jajajaja Tuve que juntar las piernas para no hacerme pis aguantando una carcajada.
—No te imaginaba así riendo. —le dije— Tú que eras tan seria en la biblioteca. Casi que dan ganas de darte un beso.
—No lo hagas. Nunca seré tu novia fantasma, tu amante o algo así. Por edad demás que podría ser tu madre y hay otra cosa, debes saberla. Esta noche había tomado ese camino, el de la vía férrea, para lanzarme por el acantilado en el auto. Aquí, en Antofagasta, es tradición suicidarse de esa manera.
—¿Pero, por qué?, eres buenamoza, inteligente...
—Cansancio, hastío. No me preguntes.
Detuvo el auto y quedamos en silencio. Miramos las luces de los barcos en la bahía. Bajo un solitario farol dos gaviotas se peleaban por los restos de un cangrejo.
Comencé a tamborilear con mis dedos en el borde de la puerta del auto.
—Mira —le dije— en Tocopilla tengo un amigo pescador, José, tiene un falucho, una barca a motor, y me ha dicho que cuando quiera me quede unos días en su casa. Habrá espacio para los dos. Imagina que es un suicidio pero con retorno, conmigo ¿Cuánta gasolina tiene el estanque?
—Casi lleno. Es suficiente —dijo haciendo partir el auto.
Fuimos por la costa hacia el norte. En Hornitos, de madrugada, bajamos a bañarnos en sus tibias aguas. Luego le pasé una camisa y un short para que se cambiara. En Tocopilla la presenté como una amiga de Santiago y nadie hizo preguntas, pero se sonreían levemente.
En la tarde llamó por teléfono a su marido. Le dijo que estaba en Calama con una amiga y que regresaba el lunes, que ahí conversaban y luego le cortó de golpe.
Comimos ceviche y mariscos. Salimos a navegar. Le advertí que si bebía mucho pisco podía vomitar y así lo hizo, encima mío. Desembarcamos en la tarde y se fue a dormir hasta el otro día.
Al desayuno bajó tarareando para decirme al oído.
—No dormiste conmigo.
—Nos quedamos conversando con José —le respondí— y me tendí en el sofá, además tú ocupabas toda la cama y roncabas.
—Yo no ronco.
—Seguro que no. Eres peor que un motor marino desajustado ja, ja, ja —le dije engarfiando mi mano en su cintura.
Esos días reímos, paseamos, nos abrazamos, nos besamos, nos entregamos.
La última noche, apretujados en la diminuta cama me dijo:
—No quiero que volvamos, es decir que nos juntemos allá.
—¿Por qué?
—No es por mi marido, eso ya está acabado y tampoco es por ti. Es por las edades y además tú debes tener tus chicas, de tu edad.
—Eso no me importa
—A mí sí. Quisiera, pero no puedo andar abrazada contigo, besarte en cualquier calle. Tampoco me gustaría que le seas infiel a alguien por verte conmigo.
—Pero por lo menos te veré en la biblioteca
Quedó en silencio y solo me abrazó muy fuerte.
El lunes volvimos a Antofagasta, tostados por el sol, embriagados de mar y viento.
Me dejó en la plaza a dos cuadras de la estación.
El miércoles la fui a ver al trabajo. Se había marchado de la biblioteca, de la universidad y de la ciudad.
Me dejó una carta, estampada en ella su mano con acuarela rosada. Aún la tengo, ajada y casi desteñida de tanto leerla.

Parte de ella dice:

No me busques por favor
Agradezco a Dios por ese encuentro
en la calle de la estación
en que me devolviste la vida, la pasión
Me he quedado con tu camisa
así tendré a mi lado tu olor
Mi mano, aquí estampada
te dará siempre amor y calor
donde estés y con quien estés
Búscala por si llegas a pasar frío,
soledad, desánimo o tristeza.
Amor, perdóname si puedes, por dejarte así
pero mereces amar en libertad

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Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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