Serie:                         ESCENAS DE CIUDAD

Ciudad Escenario: Medellín, Colombia

 

 

Cuando vivís tanto, tantas veces y en tantos lugares, conocés mujeres singulares.

Algunas pasan sin saber que pasaron, otras pasan y te repasan.

Algunas te aman, otras te odian, otras te destrozan, otras simplemente te remiendan.

Verónica no era nada ni nadie que pudieras encasillar en nada de eso.

Era más bien una rosa al viento, tan a punto de desbaratarse, pero tan fuerte que mantenía sus pétalos en la más inclemente de las tormentas.

No podías amarla ni odiarla, simplemente admirarla.

La conocí frente a un espejo, en la más insólita de las situaciones.

Días atrás había ido al médico porque me preocupaba una masa que me sentía debajo de la tetilla izquierda.

Me palpaba y sentía dureza y dolor, pero asumía que se trataba de alguna infección.

Mi mundo se empezó a derrumbar cuando el médico me dijo que podía ser cáncer de mama.

¿Cáncer de mama?, le pregunté asustado y casi gritando.

¡Pero si eso solamente les da a las mujeres!, me dije como respondiéndome.

“¡Te equivocás! También nos puede dar a los hombres. También tenemos mamas, aunque no tengamos senos.”, me respondió alterado, casi en tono de papá regañón.

“Disculpame. No tenía ni idea.”, atiné a decirle tratando de disimular mi ignorancia atrevida.

“No te preocupés. Les pasa a todos los hombres mal informados. Te voy a mandar una biopsia para descartar esa sospecha. Es mejor diagnosticar a tiempo si es el caso.”, me dijo ya en un tono más conciliador, tratando de perfumar mi cagada.

Salí de su consultorio con una palabra lapidaria rondando mi cabeza como lobos hambrientos: biopsia. Tan fría y tan aterradora como la palabra con c.

Al llegar a casa, solicité la cita y me la dieron para la semana siguiente. Encima de lo angustiante del procedimiento, tendría que esperar varios días.

Cada noche me acostaba con mil demonios repitiendo la tenebrosa palabra y sugiriéndome escenarios catastróficos.

Vos te mentalizás que debés pensar positivo, pero el diablo existe, y es porfiado, muy porfiado. Te taladra la mente casi hasta enloquecerte.

Finalmente cuando el día llegó, un miércoles gris y agorero, me dirigí a la IPS¹ con piernas de gelatina. El cerebro les decía que marcharan hacia adelante. Las muy desgraciadas querían marchar hacia atrás.

La luz tenue del lugar se me asemejaba a la de una morgue. Y aunque el procedimiento no fue tan doloroso como cada hombre imagina, sentí como si me arrancaran un pedazo de mi esencia.

El lugar estaba lleno de mujeres que me miraban como si esperaran que lanzara un grito parturiento. Me contuve. No lo hice. Mi orgullo era más fuerte que mi angustia. No podía darme el lujo de confirmarles que el umbral de dolor de los hombres es mucho más bajo que el de las mujeres. Aterrado pero no mermado.

Salí de allí más desbaratado que gallo de pelea en barrio ajeno. Pero caminé derechito, con el rabo entre las patas, pero derechito.

Pasaron cinco días angustiosos en los que fui al infierno, hice guardia en el purgatorio y volví a sacar la cabeza para respirar solo por momentos.

Cuando finalmente me dieron el resultado, me demoré en abrir el sobre porque mis manos temblaban más que las de un alcohólico en abstinencia. Para colmo de males, la enfermera me había dicho que debía hablar con el doctor de turno.

Algún titán del Olimpo me armó de dolor y pude leer con ojos aguados que el resultado era negativo. No me lo creí y tuve que pedirle a un aborrescente que acompañaba a su abuela, que me lo leyera.

“Sí, es negativo!”, me dijo mandibulando en su permanente desgano.

Quise saltar de la alegría, pero no podía hacer semejante papelón en público.

Entré al consultorio del médico sintiéndome renacido. Había una mujer allí hablando con el médico y pensé que me había equivocado de consultorio.

“Sentate, hombre. Necesito hablar con los dos seriamente.”

Haciendo el cuento corto, nos informó que el riesgo no acababa allí y que a partir de ahora debíamos hacernos el autoexamen al menos una vez por semana. Se quitó su bata médica y su camisa y nos enseñó a hacerlo y se enfocó en las diferencias anatómicas. Luego nos mandó a un cuarto grande pero privado. Había dos espejos grandes que iban del piso al techo y de pared a pared.

Nos miramos sin saber qué hacer, como si en los minutos anteriores no nos hubiesen explicado detalladamente qué hacer y cómo hacerlo. No razonábamos, sólo sentíamos. Pánico, alegría, miedo infundado, valentía efímera, andá vos a saber qué.

“Mucho gusto. Verónica”, me dijo mientras extendía su mano y estallaba en llanto.

No agarré su mano. Agarré su brazo para abrazarla y me eché a llorar con ella. Le dije mi nombre entre llanto y ella trataba de pronunciarlo entre sollozos. Se reía torpemente al no ser capaz de hacerlo. Estábamos allí, abrazados y destrozados, tratando de pronunciar un puto nombre que nos evadía de palabras dolorosas como biopsia y cáncer.

Tratamos de calmarnos y dejar de llorar acudiendo a ridiculizar la extraña situación de estar allí llorando por algo que no teníamos. Ella minimizó el ridículo diciendo:

“Parce, no te imaginás la angustia que he sentido estos días imaginando lo peor, imaginando que podía tener…”

No era capaz de terminar la frase. Yo tampoco. Esa palabra tenía que dejar de existir.

“Y vos creés que yo dormí tranquilo? Si ni siquiera sabía que a los hombres nos podía dar también!”, le dije tratando de calmarla o solidarizarme o ambas.

“Hagamos pues lo que nos dijo el médico, que yo no quiero volver a pasar por esto.”, me respondió tratando de poner voz de mujer adulta.

Se quitó su blusa y su brasier y los tiró sobre la banca larga de cuero sintético donde nunca nos sentamos. Yo también me quité mi camisa y quedamos los dos allí con el torso desnudo. Nos miramos cariñosamente desnudando el alma y dejando que nuestra corporalidad pasara a un segundo plano.

Nunca supe cómo eran sus senos ni la forma de sus pezones. No la miré con curiosidad ni con lujuria. En ese momento no era para mí una mujer, era un ser humano con el que compartía la misma angustia.

No nos mirábamos entre nosotros. Nos mirábamos nuestros cuerpos, tan frágiles y tan expuestos, tan mortales y tan carnales.

Ese día aprendimos que no éramos nada, que en un océano profundo, nos asemejábamos a dos caballitos de mar que se movían por inercia o por la fuerza del agua.

Aprendimos a navegar dentro de nosotros mismos, dentro de ese estuche de carne que guarda nuestras almas que se nos antojan débiles y fuertes, evolucionadas y al mismo tiempo tan imperfectas.

Ella se vistió lentamente, con desgano, como si no quisiera volver a su vida y prefiriera seguir observándola en el espejo. Ese espejo que le devolvía la imagen de una mujer bella y exquisitamente asustada, vulnerable pero guerrera de una realidad que todos ignoramos por miedo o por desdeño.

Se despidió de mí con un beso en la mejilla, como si fuésemos amigos de toda la vida. Y se perdió entre la multitud de pacientes quejumbrosos e inmarcesiblemente insoportables.

Nunca más volví a verla. Pero siempre la recordaré como esa mujer en el espejo, esa mujer que me ayudó a ensamblar los pedazos de mi alma desarmada.

 

© 2019, Malcolm Peñaranda.          

 

 

¹ IPS = Institución Prestadora de Servicios de Salud, figura administrativa del sistema colombiano de salud.

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Comentario

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PLUMA ÁUREA
Comentario de Beto Brom el mayo 27, 2019 a las 12:30am

Un espejo, en este caso un verdadero compadre, ¿me equivoco?

Llegaste a conmoverme con tu original relato.

Shalom amigazo


PLUMA MARFIL
Comentario de MALCOLM PEÑARANDA el mayo 26, 2019 a las 1:45pm

I feel privileged to read your words, dear Mercedes Dembo Barcessat,  It touches my heart to read that my story awoke those feelings in you. Reach out and feel my fingers trying to tickle your soul to let you know that somewhere out there, you made somebody's day. A big hug going your way.


PLUMA MARFIL
Comentario de MALCOLM PEÑARANDA el mayo 26, 2019 a las 1:41pm

Gracias por leerme, José García Álvarez . Te mando un abrazo afectuoso!


PLUMA MARFIL
Comentario de MALCOLM PEÑARANDA el mayo 26, 2019 a las 1:40pm

Me encantó tu análisis, cuauhtémoc molina monroy  Me siento muy honrado de que me leás y analicés uno de mis escritos así. Y el que te haya tocado tanto, estremece mi alma, humedece mis ojos y me impregna de ganas de abrazarte, aunque sea virtualmente, y decirte con mi voz más amiguera: ¿querés otro café, compadre?"

Y te aclaro que en la Nación Paisa de Colombia solamente le decimos compadre a alguien que ha sido nuestro amigo durante tanto tiempo que le confiamos el honor de ser el padrino de nuestros hijos.  Porque aquí todavía creemos que los compadres nos reemplazan cuando faltamos y protegen a nuestros hijos. Y bueno, yo lamentablemente no tengo hijos, pero si los tuviera, muy probablemente les buscaría un padrino como vos.


PLUMA MARFIL
Comentario de José García Álvarez el mayo 26, 2019 a las 6:10am

Un relato muy interesante.

Felicitaciones.

Con todo afecto.

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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