Isabel es poeta que le canta a la vida en arpegios que no buscan nunca lastimar, aunque la realidad sea a veces dolorosa.
Ella lo define desde el primer momento:
“la vida es esa pluma al viento que cae entre naufragios”, desde esa frase para iniciar el libro, que se instala como parte del íncipit, al lado del título y de su pequeño prefacio, la poeta entiende que la belleza siempre se recoge de un proceso que implica desgarramiento, ruptura, hundimiento. La pluma al viento es metáfora del metalenguaje que usurpa gran parte de la mente creativa que busca su definición vital en la escritura, es un elemento estético a su vez que roza la tradición pero que conoce la posibilidad de indagar más allá, en el propio ser, una alternativa estética revelativa y a su vez diciente y vanguardista en esa búsqueda de rompimientos.
Isabel lo plantea así: quiere entender la vida, como cualquier humano, “pero es la vida una maraña compleja y nosotros más complejos que ella”. Su interés es decirse, descubrirse, pero no tiene más lenguaje que la poesía, una que es sueño y nos ayuda a realizarnos. La primera parte Mar de asombros, quizá intenta definirse en el espacio Universo. El espacio y el tiempo están marcados por la levedad, la pretención descriptiva siempre va más allá, estamos insertos y vivimos arrancando “los nombres a esa esfera / que recorre los cielos / como un Atlas”. (Germinal). Esa dicotomía entre el paisaje y el ser se encuentra en la historia literaria desde muchas posturas: desde la mímesis aristotélica hasta el romanticismo que empata la tormenta exterior con la interna, desde el clasicismo que busca el equilibro en el afuera y por ende en el adentro, hasta en el barroco que busca los cataclismos y exabruptos hiperbólicos de la estética en el marasmo y lo complejo y excesivo y hasta en el surrealismo donde la naturaleza es solo un símbolo del alma que se percibe a tientas. En Isabel, sucede un poco la síntesis de todas las posturas: “Desde cada lugar de las tormentas / el universo nos llama / dormidos junto a la lumbre de la noche, prófugos de las soledades”. (Aprisionar el fuego) El yo lírico tiene su extensión firme en el nosotros que es protagonista de un canto lírico épico por la tonalidad y el correlato hacia el futuro de la humanidad. Muchos de estos poemas también van de la primera persona al encuentro con un tú o un vosotros: “”donde despojarse / de las últimas telas / es imperativo”.
No es el desnudo erótico, es el del alma, el que se proclama. El amor es parte consustancial de la búsqueda pero también del dolor, la noche llega y los elementos como la aurora, los inviernos, la claridad se van contraponiendo en claroscuros que siempre ocupan un lugar pendular en esa búsqueda.
Las imágenes descriptivas de la naturaleza lo son solo en tanto sean reflejo simbólico del ser, del alma. Isabel anda en el tiempo y el espacio y recuerda señales de la infancia, del pasado, y se atreve incluso a ironizar sutilmente sobre ese “polvo de estrellas”, vieja metáfora asentada hoy en la ciencia, de la que expresa: “metáfora de astrofísicos / en internet jugando”.(Abrazo de arena) Esa sutil ironía no va en denigración a la tecnología, sino en su aceptación: es ahí donde afirmo que es posible reunir el sentimiento lírico sutil y espiritual con la observación aguda del presente.
Para hablar del dolor y de la muerte, (como voz de árboles muertos) muchas veces la voz poética incluye un adverbio temporal: A veces. Y es que parece entender en la búsqueda del poema, Arroyo que la poesía tiene un designio positivo aunque hable del dolor. “Nacimos de silentes augurios /arraigados en el dolor / de nuestros labios”. Inicia su poema Plegaria, pero luego hace otra afirmación: “Solo conocemos / el universo en nuestra piel, / nuestro cuerpo trotando / en los horizontes” Y así, como dijo Trimegisto, como es arriba es abajo: “nacimiento es el universo, / nacimiento nuestros ojos, parto de luz hacia el amanecer”. Esto es necesario señalarlo como demostración de esos paralelismos que encuentra la poeta y nos los da, aunque entre dudas, entre la luz y la sombra, entre lo que vemos y lo que va por dentro. Su metaforización insiste en decir esa unidad: “el ojo es una tarde…” (Clamor) El amor es buscado incluso en los sueños, la memoria, para descubrirse latiendo siempre, aún en las ausencias.
Isabel busca en la palabra su autodefinición. Se dice labriega del verbo, y nos dice. “Nazco como voz que arranca a la muerte / su oprobiosa mentira. /Nazco acariciando esta voz de amor / que crece en mi pecho”.
Esos tópicos o lugares comunes que se emplean como cuando se hace el oximorón entre la sombra y la luz, no me preocupan en Isabel, porque ella sabe que es necesario contraponer el sueño, el corazón, la flor a esos otros símbolos que implican el naufragio, las roturas y las lágrimas.
Ella se atreve a hacer poemas con un lenguaje tradicional pero también se atreve a romperlo porque debe expresarse aún más allá de su propia dimensión, y esto es un aprendizaje donde todavía intenta realizarse, con una vocación de poeta que se ha convertido en un estallido, día a día, en su soledad, la poeta indaga y se recrea. De pronto y sin mucho aviso, van apareciendo elementos coloquiales, cotidianos, como la taza del café y el vino exuberante, pero lo simbólico siempre lleva mayor peso: “amantes recurrentes del símbolo” (Trascendencia) dice en un poema más de metapoesía. Esta primera parte culmina con una elegía dedicada a su hermano. “Luego todo fue llanto”, dice luego de nombrar los delfines que recuerdan de alguna manera la muerte de Alfonsina y su canción.
Quizá la subdivisión en partes, de alguna manera temáticas, es sutil pero ayuda al lector a ese encuentro con su propio ser, y en la segunda parte (Estaciones para habitar tus sueños) quizá se almacenan los poemas de amor. En el primero: la mujer que amaste, la mujer logra la liberación con la ausencia del amado. Poema de género desde la postura que halla la rebeldía contra la dominación, la prisión impuesta por una otredad que no entendió el amor.
El lenguaje encuentra cierta liberación en Miradas, donde la poeta va también a conceptualismos, como cuando dice: “masoquistas muriendo en brazos / del sueño después del cansancio”. El tema del género, sutilmente abordado en tanto búsqueda de libertad, también está presente en afirmaciones como: “yugo en que acaban / los desamores” para concluir con la emotividad de la ausencia de “un nombre que murió” (desamor). En temas de amor, la poeta aborda la posibilidad de seguir amando siempre, aún en la aparente soledad, la amistad, la fusión con el cosmos, Dios significado en el Tú mayúsculo.
Como corolario, el amor en Isabel es un destello vivo que lleva en su pecho, es la sed de soñarte, de soñar la otredad como parte del sí mismo, “No hay límite que le arranque al silencio / las olas que se agitan en mi pecho”. Estos son versos epifánicos, aunque luego el yo lírico no escape de su dolor. Son una vivencia de intensidad metafísica, para decirlo de alguna manera. Es decir, en el tema amoroso de Isabel nunca deja de asomarse el asombro místico. “Contigo derrotaré la muerte de los días”- dice en Errante. La petición de amor no es Ámame, sino déjame amarte, es decir ejercer la potestad de dar, aunque no se reciba. Y así, el ser recibe una luz inconmensurable que contraviene toda sombra y toda tormenta. Por eso ella puede afirmar: “Nada…nada en mi vida ha sido en vano”. Este acápite culmina con Equinoccios, el amor se hace más tangible con versos como “en la espesura de tu barba”, digo tangible en cuanto se concretiza mejor la figura del tú lírico, aunque todo se revierta en un quizá, en una espera “en la penumbra que envuelve / el trasluz de la ventana”.
La tercera parte “cuando el cántaro se quiebra” es también un breve poemario de amor, pero aquí el amor se vuelca sobre la gente del pueblo, los niños, los débiles. Es el poema de la solidaridad, nos denunciamos a nosotros mismos como quienes hemos “roto lo profundo del pan” para ir a las guerras. Es el poema que canta a la libertad: “Deja que te sueñe en las manos de todos”, nos recuerda este verso un poco a la poesía debraviana, pero ante todo, digo que se revela la pureza del alma que para encontrarse a sí misma, debe pasar de la palabra al compromiso, del amor personal al amor universal.
Es en fin el poema que protesta, cómo podemos ser polvo de estrellas, como lo advertían los astrofísicos en un poema al inicio, lo que se repite ahora, si “en una ciudad sobrepoblada / se acalla la voz de los niños”. Es así como el poemario completo va logrando una circularidad, se parte de la intensidad con que se percibe el universo, paisaje y alma enmarañada, para llegar a las ciudades y las guerras, pero estamos los poetas quizá, representantes de todos los errantes seres, para avivar preguntas. Como nos lo dice Isabel Arroyo en estas huellas para que reflexionemos en silencio.
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