En la noche de verano / Mónica Medina)

EN EL LIENZO DE LA PENUMBRA

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Apostar a un sueño que tendré mañana, después de tantos insomnios, y proponerle al azar un rostro que venga definido y coloreado, si es posible colorear los sueños. Un rostro como aquel que a veces se presenta con sonrisas francas y otras es una mueca de llanto y desesperación. Ese será el sueño que tendré mañana, luego de un cansancio de sillas y almohadas; también el encuentro con el miedo que desde ahora mismo, antes de que el sueño tenga su realidad, me domina. E1 llanto es ahora premonición y todas las puertas que se abren hasta el final de un pasadizo son estancias del sueño que se hace poco a poco, en el anteayer de su propia presencia.

En el sueño tú estabas sonriendo y yo te miraba complacido, con intensidad que todavía no identificaba con la pasión. La duermevela anticipa la sala del encuentro poblada de imágenes, et escenario planeado donde hay bullicio de gente. Llueve sobre la terraza y se juntan macetas de plantas extrañas, mezcla de agua y viento, esas cosas que están en los sueños como bultos informes que pueden conocerse con un solo vistazo, en la niebla de rostros desdibujados, palabras desvanecidas, una sensación de no estar allí. Todo está preparado para inventar la aproximación al objeto de la invocación nocturna: argamasa que coloco en el mortero de los deseos en busca de un ensayo de alquimia, trasunto de la realidad de mañana para construir desde este instante todo el escenario del sueño.

Es cómodo planear una experiencia desde una silla frente al ventanal abierto a la penumbra. Nada tiene que hacer con confusiones, incertidumbres, alimañas del sueño. En la terraza se presentan todas las figuraciones, como esa en la que ves llegar al viajero con las valijas repletas de mercaderías, o la abuela intemporal que asoma su moño largo y blanco y gime alguna oración de bondad y auxilio. Los fantasmas están en las hojas empapadas, bruñidas de invierno, y todos los aromas de la tarde son bullicio de pájaros violentos: unos que desnudan amarillos de lágrima, otros que sangran por los ojos y se quedan en la capa negra del temblor. Esa es la materia del sueño que aspiro construir con la emoción, para que se haga más real el silencio que rodea la estancia obscurecida.

Han llamado a la puerta. Un golpe seco de piedra y nada más. Levantarse para atender es interrumpir el tejido de la tarea, renunciar al paisaje de grillos en la terraza y a las extrañas flores de rojo, violeta, negro. Esperar un poco más a que el llamado se repita; pero no vuelve el anuncio, y así es mejor. El intruso comprendió su impertinencia y se ha marchado, para no interrumpir la ceremonia y dejar el juego a los fantasmas.
Hay un retrato en la repisa de la chimenea: ojos de sorpresa, sonrisa iluminada, una mujer que abraza un perro ante el ojo de la cámara; y más allá de la figura sonriente, una puerta entreabierta. Pero todo es confuso. Los objetos (el cuadro, el escenario) son apenas lumbre escapadiza; no tienen contornos en el miedo que hoy es la sensación más viva. Pero de pronto decides dar un paso definitivo en la búsqueda onírica y remueves y convocas todo lo que es cuerpo, deseo, sensación.

Vas a la puerta y la abres para que entre el visitante desconocido, le das paso y lo invitas a sentarse, a participar contigo en el rito que has fraguado desde muy temprano, ayer. Tomas luego el retrato para que las efigies salgan. Puedes iniciar una conversación con el extraño y decirle que sigues amando a la mujer con el perro, aún más porque percibes la desesperación viva de su agonía. Y le dices cómo pudiste acercarte a ella sin tocar sus manos, quitarle el velo del cuerpo para palpar la humedad que lo hace brillar en-la noche. Pero todo está cerrado en el recinto de la imaginación, y nada más ajeno que el visitante que interrumpe la presencia movediza del retrato.

Los pasos son ahora huecos, no tienen resonancia en la alcoba de brumas, y estás frente a una mujer joven que pasea alrededor de la estancia y a ratos se detiene para contemplarte. Sonríe con suavidad, envuelta en timidez, y te habla quedamente; pero no la escuchas porque es un rumor apenas, sin articulación. Sin embargo, te basta su presencia para olvidar el monótono correr de un día. Te has antojado de sonar una elegía, quizás Fauré, como fondo de la escena.  La mujer toma el violonchelo y lo coloca en posición, toma también el arco y lanza el primer arpegio. Y de pronto queda atrás el movimiento de las horas y se difumina la luz; se viene la penumbra en pasos cortos hasta oscurecer el ambiente y va borrándose la figura de la mujer y el violonchelo se hace grave cada vez más hasta apagarse lentamente.

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Comentario

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PLUMA MARFIL
Comentario de Liliana MarIza Gonzalez el noviembre 22, 2019 a las 8:49pm

Un cuento muy interesante , muy bueno disfrute al leerlo

Gracias 

mary

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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