El manzano estå adolorido.
La brisa veraniega lo empuja, y el viejo manzano
suelta un quejido lastimero.
Enhiesto, como un soldado en el Palacio de Buckingham,
apenas se mueve su rala cabellera manchada de negro por el tiempo.
Los manzanos jóvenes regalan a la vista manzanas tiernas
como regalos navideños.
La brisa veraniega vuelve con velocidad, y
el viejo manzano deja escuchar su quejido quejumbroso.
Así somos cuando llegamos a viejos: la queja por el dolor
se hace frecuente y se acentúa.
Y así, como el viejo manzano estaremos hasta que las cåscaras
de nuestra piel nos digan adiós.
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