Nunca había entrado en ese cuarto. Aún así no podía dejar de pensar en hacerlo a escondidas para saciar esa malsana y morbosa curiosidad que ya era una obsesión.
Sabía con certeza dónde guardaban la llave. Sólo me restaba esperar.
Una mañana, tomé el valor necesario para aventurarme a descubrir lo que se me había negado durante 30 años. Llave en mano y adrenalina fluyendo cual río desbocado, abrí sin dificultad la puerta.
En el interior todo era oscuridad. Prendí la luz. Mis ojos se fueron adaptando lentamente al escenario que tenía frente a mí. La pieza estaba limpia. Había una cama matrimonial y sobre una de las almohadas se notaba un ahuecamiento, como si alguien hubiera dormido en ella la noche anterior. Todo lo demás parecía estar en su lugar.
Los muebles eran antiguos, como suspendidos en el tiempo.
Salí cerrando con cuidado, y nadie se dio cuenta de mi osadía.
Pasaron varios meses. Una mañana sentada en un sillón donde nadie notaba mi presencia, oí a mi padre decirle a tía Eugenia:
_¿La oíste otra vez llorar anoche? ¡no sé cuándo vamos a terminar con este calvario que parece no tener solución!
_Sí que la tiene_ dijo mi tía_ será cuando se sepa quién lo mató, ¡porque alguien lo debe saber por más tiempo que haya pasado! y cuando eso suceda su alma quedará libre, se sentirá limpia y en paz y podrá dejar este mundo que tanto la hizo sufrir.
Me estremecí. ¿Qué había oído? ¿A quién mataron en ese lugar?
Mi mente giraba. Me cambié y fui a la biblioteca para buscar en los archivos de los diarios de esa época.
Me enteré que hacía cuarenta años, precisamente en esa habitación, habían encontrado muerto a mi bisabuelo, y a su lado se encontró también el cadáver de su amante.
Continué leyendo y supe que había sido asesinado en presencia de ella y que, probablemente por no haber podido evitar que lo mataran, se quitó la vida.
Dicen que las almas que son culpadas por algo que no hicieron, no descansan hasta demostrar su inocencia.
¿Cuál era entonces el misterio que encerraba esa pieza? ¿Qué había sucedido en ella? Volví a mi casa decidida a hablar con todos.
Ahora yo también compartía el secreto.
Marta Díaz Petenatti
Comentario
Gracias amigos María Beatríz, Benjamín, Beto y Delia por sus palabras, mañana postearé la segunda parte del cuento, espero cumpla con sus espectativas, amigos.
Cariños y muy buena semana.
"Dicen que las almas que son culpadas por algo que no hicieron, no descansan hasta demostrar su inocencia" No sabría decirte si son las almas culpadas inmerecidamente; lo que si sé, es quien se suicida no descansa nunca en paz.
Buena redacción mi querida amiga!
Felicitaciones!
Un abrazo
¡Interesante y bello, Marta; esperamos lo que viene...!
Impactado hasta el momento,,,aguardo la continuación...
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