Hace 100 años, el 5 de mayo del año 1920, fueron detenidos los obreros –inmigrantes italianos– Ferdinando Sacco y Bartolomeo Vanzetti en Buffalo–New York, EE. UU. para posteriormente ser llevados a juicio por el asesinato del contador de la fábrica de calzado Slater & Morill Shoe Company y de su escolta ocurrido en South Braintree, ciudad ubicada en el condado de Norfolk en el estado de Massachusetts.
Sacco y Vanzetti no tenían antecedentes penales, y eran desconocidos para la policía federal y estatal. Nunca se habían hecho culpables de delito alguno. Pero figuraban en la lista del Ministerio de Justicia del cual dependían todas las actividades de los inmigrantes, como radicales a los que se debía vigilar. Pese a tener todas las pruebas a su favor, los dos italianos fueron condenados a morir en la silla eléctrica. El espíritu de casta, fanatismo y patriotería, resultaron más determinantes que el deseo de hacer justicia.
Un clamor de protesta se levantó en todos los países civilizados. Sobre la prisión del Estado de Massachusetts flotaba la horrible sombra del crimen judicial. Desde el caso Dreyfus, la conciencia colectiva del mundo entero nunca se había volcado tanto, nunca reaccionó tan violentamente.
El contenido y el alcance del proceso penal contra Sacco y Vanzetti, tan solo tuvieron trasfondo político. El sesgo fue grotesco. El tribunal de Dedham no juzgó, adoptó una medida. Todo esto, ha permitido en cambio a la humanidad, conocer lo que de otro modo habría ignorado siempre: la brutalidad de un sistema que basó su autoridad en el envilecimiento, cuando no en la aniquilación de las razas o etnias consideradas inferiores.
El jurista alemán Max Alsberg [1877–1933] escribió con relación a este tipo de procesos, que la pregunta justo o injusto podía ser reemplazada por la de simpatía o antipatía. La condena a muerte de Sacco y Vanzetti, pone en evidencia que las pasiones que despiertan la intolerancia de las políticas contrarias, alcanzan a llegar hasta el paroxismo de la muerte.
Alejandro Cruzado Montoya.
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