Quisiera cerrar los ojos para siempre,
descansar de esta guerra sin final,
pero la vida no firma treguas
cuando hay hambre esperando en el hogar.
Las deudas me tienen el alma hipotecada,
me cobran los sueños con intereses,
me llaman los bancos, me evitan los amigos,
y el miedo me muerde por las noches con sus dientes.
Pero hay dos luceros que me gritan “papá”,
con las manos vacías y el corazón lleno,
y aunque yo me caiga, aunque duela andar,
por ellos me paro, aunque camine sin freno.
Morirme sería traición cobarde,
dejar el barco con ellos a bordo,
así que trago mis ganas de irme
y me amarro a la vida con nudos sordos.
Trabajo lo que puedo, y más si se requiere,
con el lomo doblado y el alma cansada,
porque el amor de un padre no quiebra ni muere
aunque lo ahogue la cuenta atrasada.
El mundo me debe un respiro, tal vez,
una tregua, un milagro, una salida,
pero mientras tanto yo pago con fe
la deuda más grande: cuidarles la vida.
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