El día que no me llevaron a futbol (Samaria Márquez Jaramillo) Cuento
Después de 19 años de tener mi mente ausente, ahora intento una historia que bien pudiera empezar así: De lo que sucede, y a veces no llega a pasar, cuando una va o no va al fútbol y de adónde van a parar las secreciones del alma, cuando se sacan los acontecimientos, que se habían refugiado en la cobardía y se entregan gastados por el desuso.
Horas en el reloj, días en el almanaque, soledad en mi memoria, dolor en mi interior, hacen inevitable que yo cuente qué le ocurrió a mi hijo y cómo yo ahora, frente al computador, ejerzo el oficio de escritora de un cuento que empieza cuando en mi teléfono celular eran las tres de la tarde del domingo 30 de abril de 2006, hoy, y yo estaba dentro del Estadio Pascual Guerrero, de Cali.
En este instante, el reloj del computador dice que son las diez de la noche y que el día es el mismo que sirvió para perderme y encontrarme, esfuerzo sobre el que, desbocadamente, se iniciaron las añoranzas, el patinar de los escozores, el prurito, la piquiña, dejadas en mí por el final de un período de hibridación de mi memoria, amordazada por 19 años. Mi mente se devuelve 8 horas, regresa al estadio y me hace escribir:
Correctamente, me siento. Del verbo sentir y de la acción de sentarme. Doble acepción de la palabra .La uso para indicar que ya no estoy de pie y que tengo la sensación de haberme encontrado, de tener conciencia de mí… Salieron a la cancha los deportivos Cali y Pereira. Primero nombré al que jugaba de local. Todo lo anterior es un conjunto de hechos fortuitos que, cuando están atados a los acontecimientos, son indispensables al relato porque ellos siguieron transcurriendo al ritmo de las carreras en pos de un balón, mientras que mi presencia era intermitente y se alborotaban mis reminiscencias.
Con la realidad brincando sobre mis hombros, acepto que hubo otro domingo, el 17 de mayo de 1987 para ser exacta, en el que se me vinieron encima unos acontecimientos: Una noticia y luego fue el evadir, mediante operaciones mentales, la presencia en la mente de las circunstancias emanadas de ese siniestro. La decisión de evocar es insuficiente. No llena el vacío ni siembra palabras en el silencio. Por el contrario, el espacio ubicado entre mi entorno real y el mundo recuperado, está ocupado por extrañamientos, desencuentros, disociaciones y cobardías.
En la tarde de este día, que ahora es noche cubierta por el recién pasado crepúsculo, parecía que con zancadilla, entrada brutal y agresión personal, el dolor irrumpió, agarrándome por la blusa. Tengo confundidas las líneas de ataque y de defensa y conformo un equipo sin delanteros, zagueros o portero. Lo peor es que olvidé las reglas de juego. No se puede vivir en función de madre y mártir. Soy una mujer. Me propuse ignorar que es imposible dejar a un lado el presente. Inútil empeño. El transcurrir del tiempo también atropella.
Volví a mirar hacia el terreno de juego. El árbitro llevaba sus manos y sus brazos de derecha a izquierda, los cruzaba al medio y los volvía a sus costados. Debía regresar. En el espejo, que saqué de mi bolso, se reflejó una anciana. Me consolé: La juventud y la riqueza son una propina recibida. Las pertenencias, en la sobrevivencia, y la tierra, en el fallecimiento, tienen un oficio igual: Nos rodean. Con la certeza de lo inútiles que son las significaciones se me vino encima el estupor. También me apabulló la evidencia de la ausencia de quien podría ser presencia cascabelera y juguetona: ese que hace doscientos veintiocho meses empezó a desintegrarse dos metros bajo la superficie de la tierra, mientras yo me descompongo en el uso del presente. Mi pasado y mi futuro son tal cual.
Por lo pronto me espera otra espera. En el entretanto desafiaré a la esperada: Actúe dentro de mi desazón, mientras hacemos simbiosis. Seremos un quién, yo, y un cuándo, usted. Yo, dueña de un cuerpo que la edad hizo estéril, y usted, muerte, multiplicada en los esquemas humanos, en los presentimientos y en el trastabillar de la esperanza… ¡Acá estoy, venga, mis manos ya son puños!
Inicié el regreso, empujada por y empujando a, la multitud. Imaginé los cerros, los techos, las calles. Acepté que la trama humana es la que se constituye en vida. Una teja necesita de otras, semejantes a ella, para ser tejado. Traspasé la puerta rotulada con la palabra salida. Caminé unas cuadras. Abordé un bus. Llegué a la casa, me alegré de haber luchado con la tecnología y aprendido a manejar el computador. Ahora y aquí, me esfuerzo con los tiempos verbales, para no crear confusión entre los días que fueron presente hace muchos años y los que fueron mi día a día, de 1987 a 2006, fecha en la que mi cuerpo recuperó su alma y para comprobarlo fui al futbol.
Haré catarsis. Mi memoria, recientemente salida del exilio y ubicada en la indiferencia entumecedora, se enfrenta a lo que no debió soslayar. Asumiré mi duelo. Recordaré:
“Gordis, póngase linda. La llevaré a ver perder a su Pereira, que ‘juega como nunca y pierde como siempre’. Iré hasta el parqueadero por el carro. Ahorita la recojo. ¡No podrá decir que no le celebré, retrasado eso sí, a su gusto el día de la madre!”
Pasó el ahorita. Mi hijo no me recogió. Llegó un gentío… ¿Qué si ya se, que si me contaron, que si alguien lo vio? Yo no sabía algo. Ni siquiera sospechaba. Yo estaba esperando que me hijo me recogiera para llevarme al estadio a ver eliminar, según él, al Deportivo Pereira…
¿Fue un atraco? ¿Sería un secuestro frustrado? Las noticias hablaron de “exhaustivas investigaciones” y de que mi hijo, hijo también del que amé una sola noche y del único que en toda mi vida me amó, aunque fuese una sola noche, murió con tres balas dentro: una en su costado izquierdo, cerca a su cintura ; otra en el tórax y la tercera en la cabeza.
Me apresto a dejar atrás este día que es, también, el de mi cumpleaños número 70. ¡Qué manera, la mía, de conmemorarlo! ¡Ah! El día que no me llevaron a futbol, ese día que cambio la posición de los rieles por los que rodó mi vida, yo tenía unos meses más que 50 años y mi hijo 27. Después, transcurrieron 19 solitarias navidades. En la tumba de mi hijo, la lápida dice: Juan Antonio Hidalgo. 19 noviembre de 1960- 17 de mayo de 1987.
Comentario
¡Impactante relato, Samaria, con una gran calidad narrativa...!
'Ah amiga... que buena narrativa, què nostàlgica! Bueno, yo creo que a las finales iremos TODOS donde està tuhijo, para ir juntas a los partidos de fùtbol entre angelitos y arcàngeles!!
Gracias.. me encantò y me conmoviò tu relato...
Te abrazo con mucho cariño!!
Graciasssss, muchas gracias por compartirlo.
Estupendamente narrado, con una prolijidad ortográfica y sintáctica inusual (sólo hallé tres vocablos donde los acentos se ausentaron, en último y antepenúltimo párrafos: "se", "futbol", "cambio"). Suena tan creíbe el relato que asumiré narra un hecho real, estimada Samaria, ante lo cual poco puedo decir que no fuese expresarte mi admiración por la fortaleza demostrada al compartir la narración de lo acaecido aquél día de fútbol (que no fue). Abrazo y mis FELICITACIONES junto un ABRAZO en gesto solidario a la distancia. Desde Argentina, Hugo.
Una excelente narrativa con un tema nostálgico y trágico.
Gracias por estar aquí.
Agregado por Nilo 0 Comentarios 1 Me gusta
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