Se escucha,
dentro del encierro nocturno,
el misterio frio de mi carne,
que carcome mi aliento,
con los calmosos recuerdos,
del eco distante,
de su voz de ángel.
Con un canto ingrato de pesares.
subo la pendiente,
eterna de mis penas,
tolerando el sudor de mi alma
y la llama floja de las venas.
Se encienden sus ojos morenos,
en la oscuridad de mi calle,
y se rompen mis aguas,
mar adentro,
formando
lagunas agrias,
de viudas de penas.
Esta noche indolente,
volverán las golondrinas de la muerte
a rondar por mi ventana,
pero mi alma fragmentada,
capitula vencida,
ante la inexistencia,
de un argumento licito,
para luchar,
por la existencia.
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