Llevaba cuatro cajas de pizzas para entregar. Umm pensé, con eso debería conseguir una buena propina.

Dejé la bicicleta apoyada en un poste y entré al edificio.

En el lobby había dos tipos como simios que me hicieron levantar las manos para registrarme, luego pasé al ascensor junto a tres mujeres con poca ropa. Seguro eran damas de compañía, dos de ellas eran más carreteadas. La más joven, de vestido amarillo y esquisitos ojos grandes, se veía algo tensa. Debía ser su primera vez, o la segunda, o la tercera.

Con un estremecimiento, el ascensor se detuvo entre dos pisos y las luces titilaron.

-Ayyy –gritaron las mujeres.

--Que diantres, estamos atrapados, –dije

Le dimos a los botones y nada.

Escuchamos unos gritos abajo y luego unos disparos.

–Silencio –dijo una de las mujeres poniendo atención.

Me di cuenta de que algo pasaba 

–¿Quién está en el ascensor? –gritó afuera una voz gangosa.

Iba a responder, pero la más joven me puso la mano en la boca para que no hablara.

–¿Hay alguien en el ascensor? –gritó de nuevo la voz.

Se escucharon dos disparos afuera.

Era obvio, había un tiroteo de bandas en el edificio y estábamos atrapados en un maldito ascensor.

Pasó un buen rato en silencio, y cansados nos sentamos todos en el piso. La de vestido amarillo, con sus ojos casi del tamaño de duraznos, se puso frente a mí y quedamos con las piernas entrecruzadas.

Me miró fijo un rato, luego me tomó la mano sobre una de sus piernas diciendo:

--Una es para tí.

Yo pensé que era un lugar extraño para empezar a manosearnos, pero bueno, había que pasar el tiempo. Las otras dos mujeres estaban con la espalda apoyada en la pared.

Yo recorrí mi mano desde sus rodillas a los tobillos y de vuelta por el borde de la planta de sus pies, varias veces. Así lentito, y es que tengo por costumbre ese precalentamiento y bueno, tampoco tengo costumbre de hacerlo con más gente en un ascensor.

Ella, con el ceño fruncido, abrió la boca diciendo en voz baja,

–¿Estás tratando de seducirme, imbécil?

--Ahh bribona, conque te gusta jugar --le dije.

--Cretino –me dijo.

--Puta  –le respondí.

Me dio una bofetada en la cara y la siguiente la detuve en el aire y como la tenía cerca le lamí la palma de la mano y la punta de los dedos.

Trató de darme un rodillazo en las bolas, pero la levanté colocándola a horcajadas sobre mi cadera y todo era un jadeo de pelea, mejilla con mejilla, anudados en silencio.

Una de las mujeres se dio vuelta y dijo:

--No hagan ruido o nos matarán.

–Parece que se están conociendo, –dijo la otra.

--Pagarás esto desgraciado. Te despedirán –dijo ella en mi oído.

--Si claro, habla con mi jefe, el de las pizzas, no me hará nada porque él me envió.

--¿Qué te ha dicho de mí?

--Nada, no creo que te conozca

–¿Con quién estás entonces?

--Contigo, por supuesto, estamos en el mismo lío en el ascensor.

Tomó mi mano y la llevó más arriba de su pierna, toqué algo duro. No, no era eso duro como lo que yo tenía, era algo duro y frío. Era una arma. Me pasó la mano a la otra pierna y tenía otra arma y más arriba, entre medio, no estaba duro. Estaba muy suave, tibio y algo húmedo.

--Sácala –dijo

–¿La mano? –pregunté

--No, la pistola.

Traté de sacarla, pero estaba algo complicado con ella, así sentada sobre mí. 

--Estás intentando algo –me dijo

--Solo trato de sacarla, –respondí– está atorada. Abre un poco más las piernas.

--Intenté de nuevo, ahora con las dos manos, pero sin apresurarme, mientras sentía que se aferraba de mis hombros con fuerza y, con un contenido jadeo, enterraba sus uñas en mi cuello.

Nos detuvimos al escuchar un ruido, una de las mujeres estaba roncando. Nos miramos y sonreímos.

–¿Y bueno, de cuál agencia eres? –preguntó cerca de mi oreja.

–Llegué al empleo de repartidor reemplazando a un amigo, –respondí– no usé agencia.

--Entiendo, –dijo– mantienes tu anonimato a toda costa. Así son los agentes encubiertos.

–Oye, –le pregunté-- ¿Siempre andas con dos pistolas?, ¿Son de verdad?

–A ver... dime –dijo– ¿Eres policía o no?

–¡Qué policía ni que nada.! Estoy repartiendo pizzas para pagar la universidad.

–¡Mierda!, --exclamó-- quedaron de mandar un agente y llega un maldito repartidor de pizzas.

-Oye no insultes y dame las pistolas o gritaré que eres policía. Te coserán a balazos.

Furiosa. Me entregó a regañadientes las dos pistolas.

Escuché una voz afuera.

--¿Estás ahí, repartidor?

--Aquí estoy, con la mercadería

–¿Tienes a la mujer policía o ella te tiene a ti?. La estábamos esperando.

--La tengo –respondí.

--Recibirás 100.000 si la matas. Aparte del pago de la mercadería.

–Bien, así me gusta ganar dinero.

Las otras dos mujeres comenzaron a llorar en silencio.

–No quiero testigos, –grité– dejen salir a estas que no tienen nada que ver.

Se escucharon ruidos de una palanca en las puertas y estas se abrieron.

Las dos mujeres salieron atropellándose. La joven policía, sentada en el suelo,  me miraba con rabia al decirme.

--Irás directo a la cámara de gas por asesinato.

Alcé lentamente el arma hacia ella, me agaché de golpe y disparé alrededor. Dos cuerpos cayeron pesadamente. Me asomé a mirar, no había nadie más que necesitara un balazo.

Luego me quedé en cuclillas, abrí una  caja de pizzas y mordí un trozo. La policía se levantó arreglando su falda amarilla.

--¿Has venido a una quitada de dinero o de droga?. –preguntó– Te atrapará la policía si te quedas. En todo caso yo testificaré a tu favor.

--¿Harías eso por mí o solo porque te salvé la vida?

--Lo haría por ti, cretino.

–Bueno, este cretino tiene hambre y tú, ¿Vas a querer un trozo? A ellos parece que se les quitó el apetito. Ahh y creo que esta vez todo el condenado papeleo se va a reducir a dos autopsias.

--¡Sí que eres agente encubierto!! –exclamó.

--Te tendieron una trampa y reemplacé al repartidor, y bueno, ya no tengo más por hacer aquí –dije mientras se escuchaban sirenas acercándose.

--¿Te irás ahora? –preguntó.

-- Si. Tú les has disparado. Es tu arma, –dije entregándosela.

--¿Te veré,? –dijo ella– digo, si es que tenemos que hacer un informe juntos.

--Nunca estuve aquí. Nadie sabe ni quiere saber. Además, mi mujer me ha pedido que me retire, por los niños.

--Entiendo, tienes familia, o debería creerte eso. Pero ¿Puedes ser sincero en una cosa al menos?

--Lo intentaré.

--Cuando me tocabas, ¿Sentías que vivías o que morias?

--Ambas. Al acariciarte no tenía miedo de vivir ni de morir. Solo existía el momento contigo –le respondí mirándola a sus bellos ojos.

--Sabrás –dijo ella con una leve sonrisa–, que aparte de un ascensor, se me ocurren varios lugares donde vivir y morir.

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Comentario

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PLUMA MARFIL
Comentario de Liliana MarIza Gonzalez el abril 5, 2022 a las 11:50pm

Buena narrativa, con buena trama y un desenlace sorpresivo, me gustó

Mis felicitaciones

mary

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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