Lo que queda de una bala expansiva
a veces no es más que esquirlas.
Lo que recuerdo de la guerra
es un caballo
que se cayó de un vagón de tren
en una torcedura del indicador
justo antes de que la guerra terminara.
Nadie regresaría por él, nadie
lo recogería del dique.
Los niños lo alimentaban con pasto,
estaba ahí, echado,
las patas rotas, la vista nublada,
la piel rezumaba una viscosidad negra
como una señal de que la noche,
retirándose, abandonaba el terreno
en favor de la noche
que estaba por llegar.
Tras el dique se escondía
el caballo herido en combate guerrero
pero aún con vida;
ese pobre animal era víctima de la guerra
provocada por los hombres dañando
a otros seres humanos pero también
a unos pobres animales que sin
deberla ni temerla resultaron
víctimas del estropicio humano,
muy inhumano y salvaje por cierto...
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