Una tarde estábamos caminando con Martha, mi cercana amiga entonces, y pasamos frente al kiosco de Marcelina; allí en la vidriera, como de costumbre estaban colgados de unos finos alambrecitos, los billetes de Lotería de la semana, y así se podrían verse desde la calle para elegir el número deseado.
Le insinué que compráramos un billete y quizás la suerte nos daría una sorpresa…ella aceptó, entramos, elegimos, pagamos y nos fuimos contentos…
Desde aquel momento comenzamos a dar libre albedrío a nuestra imaginación ilusionándonos con lo que compraríamos en el supuesto caso de acertar con el número elegido. Éramos una parejita de quince años, y nuestra mente joven y sana no tenía límites.
Apenas llegué a casa, comenté a mis padres que el próximo viernes, nos ganaríamos la Grande (así se la denominaba) con Martha.
Entusiasmado con las sonrisas de la familia ante mi seguridad sobre el futuro y supuesto premio, continué contando sobre el asunto a todos mis amigos, parientes, gente del barrio, compañeros del colegio…en fin compartí con mi pequeño mundo mi alegría. Además, le prometí a mi colega/socia, que en caso de que nuestro número °12246°, sea el favorecido, lo cual lo veía con algo seguro, iría al colegio donde ella concurría y solicitaría sacarla en medio de las clases. Ella, con una amplia sonrisa, aceptó la propuesta.
En aquel entonces teníamos en el garaje de casa, un pequeño negocito, que lo atendíamos mi madre y yo.
El viernes, día del sorteo, yo estaba como todas las mañanas atendiendo el negocio y mi madre dentro de la casa ocupada en los quehaceres domésticos.
A las diez, como estaba anunciado, se daría a conocer por la radio local, el número favorecido de la Lotería.
Por supuesto yo estaba “prendido” al receptor de radio al acercarse la hora de las noticias. Y al comentar el locutor que a continuación daría a conocer el número favorecido, me puse serio y con muchos nervios esperé lo que ya estaba seguro escucharía.
El número sorteado era el 12246. ¡SI EXACTO!
Ese era el número escrito en el billete que tenía entre las manos.
¡¡¡SI, SI, SI!!! Pegué un grito infernal…¡¡SOY MILLONARIO!!
Yo lo sabía, lo sabía…
Mi madre entró corriendo asustada por mis gritos.
-Les dije que ganaría, y ustedes no me creyeron.
Mi asombrada madre no podía entender de que estaba yo hablando…a causa de los gritos no lograba captar mis explicaciones.
Cuando por fin me calmé, le reiteré la noticia…ella me sugirió llamar por teléfono a la radio, y así corroborar lo que había escuchado.
Por suerte un amigo de mis padres, César, trabajaba como técnico en una de las emisoras locales, y le pedí que me certifiqué el número sorteado, y lo repitiera a mi madrecita, para que ella lo escuche por sí misma.
Él al escucharme soltó una carcajada, pues estaba al tanto de mis preparativos durante toda la semana y me dijo que en un momento lo averiguaría…le pasé el auricular a mi madre y en la otra mano le di el billete para comprobar…a los pocos segundos, se escuchó la voz de Cesar informando el número agraciado…12246, ella empezó a temblar y se le escaparon algunas lágrimas.
Acto seguido fue dirigirme al colegio de Martha para cumplir mi promesa
Llegué y pedí hablar con la Directora; me recibió y le expliqué lo sucedido, solicitando su autorización para que Martha pueda retirarse del colegio.
No me olvidaré que al entrar a un patio inmenso, pues allí estaban en el recreo, la busqué y después de unos cortos instantes nuestros ojos se encontraron…ella empalideció no dando crédito a sus ojos al verme allí parado…se acercó y le dije -Te aseguré que ganaríamos, ¿no me creíste, eh?
El premio, una suma bastante considerable, se repartió en partes iguales, por supuesto.
Cuando mi padre me preguntó que quería, sin dudarlo pedí una motoneta.
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Nota del autor
Debo recalcar que el relato está basado un hecho verídico.
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*Registrado/Safecreative N°1902250044409
*Imagenes de la Web
Comentario
Gracias por llegarte, IRIS, siempre es una especie de suerte recibir tus comentarios.
Abrazotes van amigaza
Gracias por llegarte, VILMA.
En cuanto a tu deseo de que se repita, te comentaré lo que sucedió la semana siguiente del bendito sorteo.
Creí oportuno llegarme al kiosko de Marcelina, para saludarla y compartir con ella mi triunfo, por así llamarlo.
Ella, como buena vendedora me ofreció un billete para esa semana, que lo descolgó de la vidriera; yo lleno de orgullo, le dije que prefiero ser yo el que lo elija y le señalé otro de los exhibidos.
Ella me comentó que tenía por cábala, no volver a colgar en exhibición billete descolgado, y era su costumbre quedarselo en su poder, pues decía que no hay que tentar a la suerte.
Y crear o reventar, ese billete que lo tuve en la mano y lo rechazé, y que quedó en poder de Marcelina, salió favorecido con el Primer Premio de esa semana.
Agradezco tu comentario, BENJAMÍN
Shalom javer
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