La inclemencia,

 de los años,

ha marchitado,

 mi piel,

A la puerta,

de la ancianidad,

nadie se molesta,

en  llegar.

Pasan las horas,

quedamente,

y los hijos del amor,

yacen distantes.

Busco los lentes,

 y veo rostros,

de niños sonrientes,

que partieron,

cerrando,

la puerta.

Que,

hoy yace,

ausente.

 

 

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