Chiloé
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Mi terruño cuelga en la mística y la leche de la cordillera que se entreteje en el horizonte, los resquebrajos, sesgos de barranco y caídas. En las mazorcas de mármol que sonríen a cabalgatas, en las goteras y las bolas de luz que tejen surcos de arenas, cuelga en aquellas plantas que hasta frutas dan prendiendo sobre piedras, se tiende en la medicina de las algas azules, de los luceros con frío, del ardiente hielo del agua sureña cuando se completa la luna.
Mi terruño se pavimenta a pincel en los desprendimientos de agua y la quietud del azúcar verde, en las patas musicales de los cangrejos y en la tonada paciente de cada piquilwe.
(...)
A mi terruño lo percibo verde, azul, rojo, lo quiero anaranjado con pepas y cuevas de la memoria andante, con las ánimas de mañana y las transiciones de la filosofía interhumana.
Rompen el cuero de las pampas las semillas germinadas del lawén y hasta el cachín, la integridad de la vida sin miramiento a la intensión, con las lágrimas de todo tono, y las manos mojadas, cicatrizadas de tanto marisco y gualatos, con olor a lloles mojados de borojo y aromas reminiscentes de caballos traspirados y ovejas asustadas de piños uniformes.
(...)
Mi terruño es amalgama, olor de carne y pulsaciones enteras, telas de rumores y olores de marañas, cariños entre campestres regalos y autonomía de idiosincrasia colgada.
(...)
Así también cuelga en la vida mi terruño, cuelga en las mañanas en los perfumes de pasto recién cortado, perfume de wiñe quemado, de cemento estructurado para la elaboración de un sepulcro.
Cuelga en las rogativas que evocan al antiguo Pueblo, cuelga en los rosarios, el acto de constricción, las letanías en latín y hasta en los padrenuestros.
(...)
En este terruño se forma el eco, y sobra hasta la abundancia, no sé dónde quedaron sus ojos y su cabeza, o quién se llevó su sangre y plasma de sus venas inquietas.
(...)
A mi terruño lo forjan mis muertos, aquellos que todo lo ven a pesar de tener pupilas sin soporte, aquellos que hablan de la vida a la luz de las velas y cogen ruidos lindos de las trabajadas coronas, aquellos que abonan con sus saberes los surcos más fértiles de mi terruño amado.
A mi terruño lo integra hasta el más mínimo suspiro de una guagua recién parida, hasta el quejido por los cuadriles viejos, los lamentos por una papa partida, las risas al son del vino y de los licores de cauchao, lo integran las intensiones que completan cualquier verso, los vivos y los muertos, cuatro generaciones futuras por cuatro que engendrarán en abundancia heredada, en curanto, chíu chíu y yoco entre rubor del truco y otros naipes para otros usos.
MI terruño, es el silencio y una guasa.
Mi terruño también soy yo, un grano de tierra y futura raíz, abono de hierbas y andanza intergeneracional para mañana.
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