Con sólo mirarte, bien mío, siento las delicadas caricias que sólo tú sabes prodigarme, porque tu mirada es hipnótica y arrobadora, capaz de transportarme a idílicos parajes inimaginables en la realidad por más encanto que ella tenga.
Con sólo sentir, bien mío, tus delicadas manos en mi áspera frente, cuando la adversidad me agobia, cuando la angustia carcome cada diminuta porción de mi ser y cuando las quemaduras de mis andarines pies, de tanto vagar en el desierto, se hacen insufribles, todo padecimiento físico o mental desaparece y mi cuerpo y mi alma marchan armónicamente.
Con sólo imaginarte, bien mío, aunque estés en otro hemisferio, te siento a mi lado, en mi covacha de sueños, platicando loquedades, ofrendándome tu cariño único y haciendo travesuras, cual si fuéramos niños de padres amorosos y tiernos.
¡Qué sería de mí, bien mío, si no tuviera el hechizo de tu amor!
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