Bajo el manto del lamento y el dolor,
todos lloraban al ser que se fue,
preparando el cortejo, la despedida final,
en la penumbra del adiós, en su crisol.
De negro vestidos, sombríos semblantes,
caminaban al compás del triste cortejo,
la mortaja aguardaba, fría y desolada,
mientras los velones iluminaban la senda.
El panteón, en silencio, esperaba su llegada,
susurros de despedida, en cada esquina,
la esposa al amante, con mirada perdida,
y la herencia, en sombras, se repartía.
Mas de pronto, un giro en la trama oscura,
un susurro en el viento, un destello de luz,
el muerto, casi al entierro, resucitaba,
devolviendo la vida a la escena macabra.
El testamento, ahora, enmendado de nuevo,
la sorpresa en los rostros, el asombro en el aire,
la muerte burlada, la vida renacida,
en un giro inesperado, en esta danza de idas y venidas.
Así es la paradoja de la vida y la muerte,
en el umbral incierto, donde ambos se encuentran,
en un instante fugaz, la realidad se transforma,
y el que yacía sin aliento, vuelve a respirar en la aurora.
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