Tengo hierbas de pájaros malignos
para falsear candados y memorias.
Tengo, además, oraciones que alejan la maldad
y hacen retroceder al enemigo.
Yo, Quirino Vega,
Sé matar la cal viva, pero sufro.
Hace años que he muerto para el ángel,
pero me sobreviven, la Chagua Théspan, mi mujer,
y diez hijos.
Seis hembras ya cazadas sin casarse,
y el resto, unos muchachos locos,
alegres como pascuas.
Lo que sé, lo heredo de mi padre.
Él sabía sus cosas. Tantas sabía
que me alcanzó a dejar mucho que vale.
Por ejemplo, su corazón de codorniz salvaje.
Y ese afán tan limpio,
de agua que no cede en el pantano,
que todo lo del mundo se encuentre en su lugar.
El nombre que me puso,
según dicen las piedras de coral,
fue para que yo no perdiese el camino.
Y las espinas no dejaran su huella en mi memoria.
Y las hormigas me trajeran gusanos moribundos,
sapos muertos y cogollos de plantas misteriosas
que harán perder el agua de las pilas...
Yo, Quirino Vega,
siempre anduve en camisa de once varas
por decir la verdad a quemarropa
y no hacer uso de platos de lentejas.
No di palos de ciego, me cayeron.
Pero ahí voy, de memoria en memoria,
más querido que el aire y que el dinero.
Repartiéndome azul, a manos llenas.
Dándome de verdad, completamente nuevo en cada entrega.
Sin sudar tinta, sí, pero soberbio.
Así somos los brujos de Izalco.
Arraigada por siglos
a nuestra cultura cotidiana,
la medicina tradicional ha pasado
de generación en generación hasta
conseguir echar raíces en la vida
de todas, o casi todas, las personas;
porque hay gente sin ese arraigo cultural
que suelen decirles brujos o brujas
a los practicantes de estas
costumbres de amplio conocimiento
y por tanto de certeza para sanar
a las personas enfermas
de cualesquier padecimiento o enfermedad.
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