Amor a la primera mordida.

 

El la miró con desdén, con esa indiferencia con la cual siempre mira a las mujeres.

Ella lo miró embelesada, había algo en el que no podía entender, pero que le atraía fuertemente, como la playa siempre atrae las olas del mar. Era tan fuerte la atracción que ella sentía, que no podía evitar seguirlo con su mirada para todos lados.

El pensó que ella sería otra más. En sus dos o tres centenares de años en este mundo había conocido a una inmensa cantidad de mujeres. La mayoría de ellas con una belleza impresionante. Así que simplemente se dijo: “Si, ella será otra más”

Ella se sentía completamente atraída por ese ser, tan masculino,  tan fuera de lo normal. Eventualmente podía ver en sus ojos un brillo color granate que lo hacía ver aun más atractivo. Cuando él la veía, ella sentía que todo su cuerpo se estremecía de una manera que no había vivido nunca. Ni en sus momentos más íntimos recordaba una sensación tan placentera.

El se decidió a iniciar el acecho. Era una simple rutina, o al menos eso fue lo que creyó.

Ella lo sentía aunque no lo veía. Sentía ese suave calor en su cuerpo cuando él la rondaba.

El se escondía entre las sombras de las noches o los días, solo la miraba. No le daba un minuto de reposo. La seguía como la nube sigue la dirección del viento; como la corriente del río sigue su sinuoso cause.

 Ella era la presa,,, el era el certero cazador.

Llego el momento del acercamiento.

Ella dormía, serena, apacible, sin saber que muy pronto le llegaría el cruel momento.

El la vio dormida, bella. Impresionantemente hermosa. Al descubrir la elegancia de su cuello, se imagino el manjar en su boca. Primero besando,,, después mordiendo, después chupando ese liquido viscoso tan anhelado, tan deseado, tan lleno de vida para él.

Se acerco lentamente, midiendo milimétricamente el punto exacto de su encuentro.

Ella no sintió el momento en que él se le acercaba. No sintió el momento en que su piel acariciaba.

 

Una leve sonrisa en sus labios descubrió brevemente el brillo de unos cortos y afilados colmillos.

Ella sintió el beso. Beso que incendió su cuerpo con alborotadas llamaradas. Y lo vio.

Y al verlo se lleno de gozo porque ella lo deseaba más que a ninguna otra persona en este mundo.

El comprendió.

Ella sintió la mordida levemente y lo escucho decir en un suspiro: “Tú serás”.

El se retiro como si nunca hubiese estado en esa habitación.

Ella despertó. Al verse en el espejo encontró un leve brillo rojizo en sus pupilas.

Ella y el vivieron otra eternidad.

 

Carlos Eduardo Lamas Cardoso.

Derechos reservados. Registro ante INDAUTOR de la SEP.

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Comentario

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Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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