Que no me dejen solo, insisto.
Es el sesenta y ocho, Jorge ya se nos fue y sus versos
decimos en poesía coral
y los colores de un tablero improvisado
crearán la nostalgia
en un escenario porteño.
Nos lleva el tren donde beso a una chica
con tanta euforia;
es como si quisiéramos gastar nuestras bocas
apenas adolescentes.
Mientras, cae una avioneta sobre el tejado del cole
al que no asistí por ir al recital.
Que no me dejen solo, insisto.
Con mi sombrero de poeta en negro
y mi larga figura flaca
me creeré artista de cine,
pero soy un poeta triste “que no sabe adónde irá”
Me quieren de actor en México,
me quieren de poeta en la neblina,
mi padre me quiere de abogado,
yo insisto,
que no me dejen solo en la alborada.
Habrá tiempo de crecer
y caminar con los amigos, ir a los bares,
pelear en una riña callejera,
presentar un poemario,
salir a la noche y escupir:
que todos somos vallejianos,
habrá tiempo de correr que ya nace
nuestra hija.
Me fue bien en la entrevista de trabajo.
Algo tendré de salario y no habrá miedo:
aprenderé un oficio u otro u otro.
Me quedaré aquí, seré poeta.
El actor de pacotilla volverá después,
un anciano aprendiendo a caer
empujado en una escena
por el rufián de los árboles
que siempre mueren de pie.
Pero ahora, váyanse, estoy en el 23;
voy a publicar mi tercera novela,
quizá a finales de este mismo siglo
me lean en los trenes
que ya olvidaron los andenes de mi ausencia.
De un nuevo libro inédito.
Derechos de autor reservdos por ley
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