El azucarero sonó con un fuerte clock cuando ella lo colocó de golpe en la mesa.
Levanté la vista hacia la camarera. Tenía ojos muy bellos, pero la cara muy seria y le pregunté:
—¿Se ha portado mal este azucarero?
Su respuesta fue vaciarme lentamente todo el azúcar en mi taza de café. La blanca arenilla primero quedó arriba, luego se hundió como un témpano del ártico, esparciendo líquido marrón por la mesa. La mancha tomó forma de S. Pensé que si le agregaba cuatro patitas, quedaría como una lagartija y así lo hice. Quedó muy bien.
Ella acercó su dedo y le alargó la cola al animalito que no se movió para nada.
—¿Vas a querer más café o más azúcar? —preguntó.
—Pregúntale a la lagartija —le respondí.
La muchacha metió la mano a su bolsillo y sacó unas servilletas.
—¿Borrarás la lagartija? —le pregunté.
Son tuyas, —respondió mostrándome servilletas con trozos de poemas y dibujos. —Cuando vienes acá recojo y me guardo tu basura. Me llenan de sensaciones y sueños. Me has visto, pero nunca me has mirado como he cambiado yo al leerte.
Por un momento quedé mudo. Parecía una furiosa diosa griega conteniéndose de estrangular a alguien con sus propias manos.
—Ahora te estoy mirando. —atiné a decir tontamente.
—No lo hagas. No me hagas caso. Limpiaré la mesa y te traeré otro café. —dijo pasando una mano por sus húmedas mejillas.
Recogió la taza rebalsada y limpió con un trapo lo derramado. Vaciló un momento al tomar las servilletas escritas, pero luego las guardó rápidamente en su bolsillo y se alejó.
No pude dejar de observarla mientras iba de un lado a otro. Ella, sin devolverme la mirada, sentía que yo lo hacía y por instantes se quedaba quieta como sintiendo una caricia en el cuerpo.
De pronto desapareció. Ya no estaba. Esperé unos minutos, luego media hora, y pregunté a otra camarera.
—Disculpa, la joven que me atendió, ¿Dónde está?
—Se marchó. Ella ya pagó su café. Dijo que no le entregáramos su contacto a nadie.
—¿Se marchó?, ¿O sea que no va a volver?
—No sé, ella es así, algo rara ¿Va a querer usted otra cosa?
Salí a la calle, corría viento y hacía frío. Sentía que algo muy fuerte me había pasado. Era como si un magma antiguo, ardiente, desde las entrañas más profundas surgiera a la superficie.
Volví todos los días al café, durante semanas. Al principio preguntaba por ella, después ya no. El café se quedaba por horas enfriándose en la taza que recogía mi mirada vacía.
Pasó un año. Llevaba unos meses con mi pareja y una noche estábamos en un hotel en el matrimonio de un amigo mío. Después de la cena sirvieron café y salí a la terraza a conversar y echar bromas con el novio.
Al volver a la mesa vi que mi café estaba lleno de azúcar y al lado había una servilleta con un dibujo de una lagartija.
Sentí que todo se movía y explotaba. ¡Estaba ahí!!! Miré a todos lados buscándola y tuve un chispazo de intuición. Corrí a la calle y la vi alejándose.
La alcancé y me planté frente a ella. En silencio intentó evadirme.
—No te marches de nuevo —le dije— por favor.
—No me necesitas, nunca me has necesitado —respondió.
—Tienes que ver algo, son poemas
—Muéstraselos a tu novia.
—No los escribí para ella. Son tuyos.
Me miró con sus preciosos ojos muy abiertos, casi con incredulidad.
En ese momento salió mi novia y comenzó a llamarme desde la entrada.
—Te buscan —me dijo— Algún viernes... quizás un café.
Se alejó mientras mi novia se acercaba preguntando quien era, por qué había salido tras ella. No supe explicarle por qué no sabía quién era, ni como se llamaba, y menos aún tenía nombre para lo que estaba sintiendo. Entendí que a los pocos días me dejara.
Llegó el viernes, intenté dejarlo pasar lenta, dolorosamente. No quería decepcionarme de nuevo. A última hora, ya casi al cierre de los locales, pasé por el lugar antes de irme a casa.
Estaba ahí, con sus bellos ojos, en la mesa que yo casi siempre ocupaba. Charlaba con una de las muchachas que atendían.
Me senté frente a ella.
—Hola, —dijo muy fresca— Vine por los poemas.
Solté sobre la mesa un grueso sobre de papel. Extendió la mano, pero yo la contuve.
—Solo los puedes leer después de un café. —le dije.
—Pediré dos cafés más —respondió.
—Me refiero a café de desayuno.
—Jajajaja ¿Y para cuántos desayunos hay aquí? —dijo tanteando el sobre.
—Para sepetecientos —le dije.
—Eso es toda una vida de poemas y desayunos. ¿Estás seguro?
—Seguro. Palabra de lagartija —le respondí mientras dibujaba una S en el aire.
Se abalanzó sobre la mesa a darme un largo beso mientras decía:
—¿Sabes una cosa, lagartija?. Se me ocurre que no tenemos por qué esperar al sol para darnos calor, ni tampoco esperar que amanezca para desayunar.

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Comentario

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PLUMA ÁUREA
Comentario de Benjamín Adolfo Araujo Mondragón el junio 25, 2022 a las 2:28pm

¡Relato misterioso de corte surrealista y poético, Armando!


ADMINISTRADOR
Comentario de Delia Pilar el junio 25, 2022 a las 11:00am

Precioso relato, muy tierno y original. Me fascinó, poeta Armando. 

Siempre tan creativo, es un placer leerte. 

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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