El cielo a mis oídos llegó con la caricia
de la canción divina que escuché al conocerte
y fue por ese embrujo que me brindó la suerte,
acaso inmerecido, convertido en delicia.
Cuando el alma se eleva en la interpretación
y dice lo que siente en su entraña preciosa,
en el aire sentimos el perfume de rosa
cuando abre su capullo con sensual emoción.
Este soneto es tuyo porque tú lo inspiraste
con tu sonrisa bella, como me la brindaste
en tu página augusta de la Organización.
Que a todos nos permite expresar lo sentido,
con mucha complacencia, como pájaro en nido
que da calor sublime al naciente pichón.
Hildebrando Rodríguez
C. I. V-651.103
Mérida-Venezuela, 05/01/2014
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