Los días fríos le recordaban cruelmente que los años no pasaban en vano. Sus huesos parecían resentir cualquier baja de temperatura. No recordaba ya cuando comenzó a sentirse así.
Frotó sus manos con furor tratando de entrar en calor.
Mirando el reloj se preguntó nuevamente cuánto más tardaría el tren. Las agujas parecían moverse en cámara lenta.
Pensó que ya no tendría que preocuparse más por el frío, o por los dolores, o por la soledad. Pensó que podía incluso disfrutar de la brisa helada, porque era la última vez que tendría que soportarla. Se iba y no pensaba regresar.
Miró el reloj de nuevo. ¿A qué tanta prisa a fin de cuentas?
Y como suele pasar, apenas dejó de prestarle atención al tiempo, se escuchó a lo lejos el sonido del tren.
Mientras más se acercaba más claras se hacían las imágenes del futuro que le esperaba, y más borroso el pasado gris que dejaba atrás.
¡Ya no sentía frío!
Cuando el tren estuvo lo bastante cerca, se dejó caer.
-ALDA-
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