ÚLTIMO TANGO EN PARÍS/ Bernardo Bertolucci (1972)

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Esta gran película de Bertolucci me trae a la memoria, en libre asociación, el tema de otro gran film: El silencio, de Ingmar Bergman, de 1963. Bergman muestra en ‘El silencio’ cómo es el mundo cuando el silencio de Dios, sentido tan intensamente en su obra de los años cincuenta y sesenta, no se compensa con el amor, cuando entre los hombres no se establecen lazos de contenido humano.

París es el escenario de Último tango en París, con su esplendorosa belleza y armonía arquitectónica. La capital francesa tiene el embrujo de sus calles y sus puentes, el brumoso colorido del aire con su fina lluvia, el romanticismo, el arte y la historia. Dentro de esa armonía de contrastes extraordinarios se desarrolla el escabroso tema de la soledad y el silencio de la obra de Bernardo Bertolucci, que en 1972 causó un escándalo en todo el mundo. Y esto se acentúa al presenciar a uno de los actores más enigmáticos del cine. Esta obra posee por sí sola la fuerza de un clásico debido a la interpretación de Marlon Brando, que rompe lo establecido. Su monstruosidad como actor es latente y trágica, muestra de ansiedad y desolación que nos recuerda su magna interpretación en Un tranvía llamado deseo.

El tema de esta película nos ofrece la relación extraña de dos seres, completamente diferentes en edad, procedencia, educación y visión del mundo, que se encuentran en un apartamento vacío de la calle Jules Verne, en el barrio aristocrático de Passy, ofrecido en arrendamiento.

Paul (Marlon Brando) está destrozado por una vida sin sentido, y la joven burguesa Jeanne (María Schneider) es una mujer ambiciosa, fácil y superficial. Comienzan ellos una comunicación solo a través del sexo, haciendo de su encuentro una especie de utopía, imposibilidad que los va aislando del mundo, de sus problemas personales, de todo lo establecido. Al principio Paul aparece como el espejo rasgado de todas las convenciones. Su encuentro con Jeanne lo afronta como un simple experimento: quiere una relación puramente sexual, plena y morbosa, donde no existan nombres que los ubiquen a un contexto social y psicológico.

Lentamente Jeanne descubre que él es, en realidad, un hombre banal, víctima del dolor más brutal, crucificado por las circunstancias del suicidio de su esposa e incapaz de construir nada nuevo. La descomposición del ser humano y la juventud en incesante búsqueda se entrelazan en este relato de autodestrucción, pesimismo y miseria. De un lado tenemos a un hombre destruido que desea arrastrar a los demás en su autodestrucción; y del otro a una joven insegura que se deja seducir sin preguntas ni compromiso, en un terreno neutro, vacío de dudas y sentimientos. Así comienza en ambos un desgarramiento que desemboca en un foso emocional donde solo cabe la muerte tras el ocaso.

Cuando Paul quiere intentar una renuncia a sus planteamientos iniciales, intentando convertir aquella relación en un amor convencional, Jeanne siente la necesidad de limpiarse, sufre un rechazo total hacia todo lo que han vivido dentro de la soledad y la incomunicación, y lo mata. Jeanne acaba de jugar a algo que ni ella misma comprende.

El diálogo de la pareja resume el sentido de la relación entre ellos:

Le dice Paul a Jeanne: “Tú no tienes nombre y yo tampoco tengo nombre. No hay nombres. Aquí no tenemos nombre.” Y luego lo recalca: “No quiero saber nada de ti. No quiero saber dónde vives, ni de dónde eres. No quiero saber absolutamente nada de nada. ¿Me has comprendido? Aquí no hace falta saber nombre, no es necesario. ¿No lo comprendes? Venimos a olvidar, a olvidar todas las cosas, absolutamente todas. Olvidaremos a las personas, lo que sabemos, todo lo que hemos hecho. Vamos a olvidar donde vivimos, olvidarlo todo.”

Y Jeanne acepta el pacto. Todo quedará en los encuentros en el apartamento vacío, para desatarse en ellos la furia de la pasión sexual sin búsqueda ni hallazgo.

Respecto del planteamiento del tema, dijo Bertolucci estas palabras:

"Último tango en Paris es un trabajo cargado de utopías, muy característico de los años setenta. Al principio quise hacer una película sobre la relación entre dos hombres......Quería probar que es imposible para dos seres humanos del mismo sexo reducir la soledad en solo animalidad. Durante el rodaje, me impidió la productora que fueran dos personajes masculinos, y opté por la pareja.... Pero sin embargo, me di cuenta de que estaba realizando una película sobre la soledad, es decir, lo contrario de lo que pretendía en un principio. Es el único film de todos cuantos he dirigido que tanto el guión, la improvisación de Brando y el resultado final, pudieron sobrepasar los límites de mi imaginación. Sin duda es mi mejor aportación al cine."

Después de muchas peripecias que viven en lugares distintos, se acerca la tragedia. Han bailado el último tango en un salón de burgueses que danzan al ritmo de un hermoso tema musical, y en ese momento Jeanne comprende su equivocación y se confunde y huye. Es perseguida por el amante y llegan a la casa de Jeanne. La insistencia de Paul nos muestra que ha sido vencido y quiere el amor que antes rechazó.

En ese magnífico plano final, cuando Paúl se acerca a Jeanne, ella le dispara, y él tambaleándose, herido de muerte va lentamente hacia el ventanal, desde donde va a contemplar por última vez la bella ciudad del Sena. Pero ahora no ve el esplendor de París sino sus techos desiguales, acumulados en la parte posterior del edificio de la tragedia: el paisaje desolado del largo episodio de dos espíritus solitarios.

Es una secuencia inolvidable del actor Marlon Brando mascando chicle. Sacándoselo de la boca, lo pega contra los hierros del balcón, ya en trance de morir y diciendo:

¡Te quiero y necesito saber tu nombre!

¡ Tu nombre...! Tu nombre !

La respuesta solitaria de Jeanne, de espaldas al cadáver de Paul, es una frase clavada en su vida: “No sé quien es; no conozco su nombre.”

Marie Schneider en el papel de Jeanne nos ofrece una convincente actuación de la mujer confusa y apasionada. Tras el choque inicial de identidades opuestas, él se agarra a lo único que le queda. Ella solo quiere desaparecer, mantenerse lo más lejos posible del territorio que él le marca.

Después de decirse sus nombres solo queda el abismo de rendición y tristeza.

La mujer abatida por la tragedia regresará a la vida convencional de su noviazgo con el cineasta Tom, que nunca sospechó la vida infernal que padeció Jeanne con Paul.

La música de Gato Barbieri da esplendor a la cinta, con el jazz y las baladas que se presentan oportunamente como fondo del drama. Y hasta Mozart en su Sinfonía Concertante nos da un alivio en la sórdida aventura de dos seres desgarrados por la soledad.

De esta gran película admiramos otra vez un Paris que está ahí, y viajaremos en un medio tenebroso, amarillento, escena tras escena. La obra de Bertolucci va desplegándose poco a poco, para convertirse en un bello lienzo cuyos colores nos penetran brutalmente y nos descubren el hondo misterio de la naturaleza humana.

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Respuestas a esta discusión

¡Maravillosa reseña, Alejo, sobre una película maravillosa!

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Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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