Don Pedro era un gaucho rico y poderoso, que vivía en pagos de los Deseos Corrientes. Era dueño de una gran estancia, donde tenía muchos animales y peones. Era famoso por su facón empavonado, un cuchillo que tenía una hoja negra y brillante, que podía matar o dejar herido a cualquiera que lo tocara.
Don Pedro había heredado el facón de su padre, que se lo había comprado a un viejo curandero, que decía haberlo hecho con veneno de yarará, sangre de murciélago, hierbas y otros secretos pero jamás podría ser vendido o regalado , solo seria efectivo si era heredado de un familiar directo y que nunca se podria separar de el por que caería una gran maldición sobre la persona .
Don Pedro se sentía orgulloso de su facón empavonado, y lo usaba para imponer su autoridad y su voluntad. No le importaba nadie más que él mismo, y trataba mal a sus peones, a sus vecinos y a su familia. Se metía en problemas con todo el mundo, y siempre salía ganando gracias a su facón. Su fama se extendió por toda la región, y nadie se atrevía a enfrentarlo.
Un día, Don Pedro conoció a Clara, una bella mujer que vivía en el pueblo cercano.
Se enamoró de ella al instante, y le pidió que fuera su esposa. Clara aceptó, pero le puso una condición: que dejara de usar su facón empavonado, y que lo enterrara en el campo, para que nadie más lo viera ni lo sufriera.
Don Pedro se resistió al principio, pero el amor pudo más que el egoísmo. Aceptó la condición de Clara, y fue a enterrar su facón empavonado en el campo.
Cavó un hoyo profundo, y puso el facón dentro.
Luego cubrió el hoyo con tierra, y puso una piedra encima. Juró no volver a usar el facón nunca más.
Al día siguiente, Don Pedro fue a ver a Clara, para decirle que había cumplido con su condición. Ella se alegró mucho, y le dio un abrazo.
Luego le dijo que tenía una sorpresa para él: le había tejido un poncho de lana para su boda, con los colores de la bandera correntina. Don Pedro se emocionó, y le agradeció el gesto. Le dijo que era el mejor regalo que había recibido en su vida.
Doña Clara le pidió que se pusiera el poncho, para ver cómo le quedaba. Don Pedro se quitó el sombrero y la camisa, y se puso el poncho sobre los hombros. Pero en ese momento, ocurrió lo inesperado: el poncho se rasgó por la espalda, y dejó al descubierto una herida sangrante.
Don Pedro se sorprendió al ver la sangre brotar de su espalda. Se dio cuenta de que su facón empavonado lo había herido por debajo del poncho. El facón había salido del hoyo donde lo había enterrado, y había vuelto a su dueño por arte de magia.
Don Pedro no pudo soportar el dolor ni la culpa.
Cayó al suelo sin vida.
Clara se quedó paralizada por el horror y la pena.
No podía creer lo que había pasado. Tomó el facón empavonado entre sus manos, y lo miró con lágrimas en los ojos.
Luego lo arrojó al río Santa Lucia , donde se hundió entre las aguas.
Clara nunca se recuperó de esa tragedia. Se volvió una mujer triste y solitaria, que vivía en el recuerdo de su amor perdido.
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