ZAGALA
Yo amé a la zagala, más que por sus atributos físicos, ciertamente pródigos, por la exquisita espiritualidad que brotaba, cual río crecido, de todo su ser, el esplendor de su aura y la claridad de su verbo magnífico.
Íbamos al río, amada, cuantas veces nos placía para escuchar, siempre sorprendidos y maravillados, el melodioso cántico que los pájaros de todos los colores ofrendaban al líquido elemento, saciada ya su sed; el ruido de cristal que anunciaba el infinito paso del agua por el empedrado y arenoso camino; el rumor del viento, suave como el algodón, y el eco de nuestras voces al chocar, altaneras, contra la cercana montaña.
Ese río, amada, del que tantas veces te he hablado, no es producto de mi poética inspiración, como lo es la zagala, o como lo eres tú. Tampoco es el bello recuerdo de un sueño que quise eternizar.
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