Los ojos de esta inocente criatura no eran azules, ni claros, eran más verdosos, con un verde oscuro que hipnotizaba, eran como bien atinó a decir Porfirio "verdemar". Y eso lo logramos comprobar cuando aprendimos a sumergirnos mar adentro, más allá de la playa.
Ella era encantadora. Pero muy niña cuando la conocimos. Mucho más pequeña que nosotros, que en ese entonces frisábamos los trece o catorce años, cuando mucho, mientras ella solo tenía siete u ocho años. En esas edades la diferencia parece enorme, y en realidad lo es, pues los estados biológicos que cada uno cruzaba nada tenían de paralelo.
En cambio, años después, justamente cuando Porfirio la hizo su novia, en medio de la envidia escondida de todos nosotros, la diferencia entre diecinueve años de él y los catorce de ella, ya no era monumental. Antes al contrario, la fisonomía de Leticia, que así se llamaba, era la de una mujer, mientras que en nuestro amigo, el conquistador, apenas asomaban algunos músculos en su esquelético cuerpo. Ni por asomo que ahí se encontraba un varón.
Pero eso sí, un año después, cuando sacamos entre todos el cuerpo de ella, enredado entre los sargazos de la playa y el llanto de Porfirio, la tristeza inundó San Lucas, nuestro cuerpo y esa tristeza duró meses enteros sin que se hablara de otra cosa que el ahogamiento de la guapa niña, esa, la de los ojos verdemar.
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