Disertación en la presentación del poemario LLUVIA ADENTRO Y SIN ZAPATOS DE Walter Barrantes. Ronald Bonilla. 2017.
Lluvia adentro… y sin zapatos, así encontramos a Walter Barrantes escribiendo poesía, primero allá en Zarcero, luego en San Ramón, y el chaparrón no lo apocó, le dio más bríos. Una poesía que se sale del potrero, del estanque pueblerino para significar que está cantando el mundo, penas y alegrías, cuestas para arriba y cuestas que ruedan en bandadas hacia abajo, como sílabas que a veces sangran y otras lanzan aleluyas. Este es un poeta tan nuestro y a la vez tan universal, él nos dice en su prefacio:
Escribir poesía puede ser como atrapar pájaros fugaces en los cristales rotos de la memoria. Como bailar con los aullidos grises de los perros cuando la madrugada te crece como espiga inexacta.
Sin duda un poeta de todos los días, porque todos los días dispara sus metáforas como ánforas aladas, que a veces divagan entre el barro o recogen frutillas en el campo, o inventan una ciudad para amar todas las cosas que miran, que se tocan, que atraviesan los caminos.
La primera parte del poemario se denomina Para ahuyentar el insomnio, y sus primeros poemas nos indican que el poeta intenta cantar su propia vida: por eso Autobiografía:
Nací un día de aguaceros,
por eso mamá decía
que me heredó
la lluvia entre los dedos
y dos charcos de luz en la retina.
Sí, hay poetas de luz, porque hasta del dolor sacan esos rescoldos de luminiscencias, no siempre vamos al texto a confrontar nuestra propia catarsis, hay que ir también, como en este caso, a pregonar que ya es ahora, el día, las ganas de besar, la fecundidad y los hijos son adalides para el camino, el amor es la respuesta, y si no podemos dormir, entonces, la cruz del verso es la salvación de la certeza, aunque nos ciegue.
Walter es un poeta, en todas sus dimensiones, popular y culto a la vez, muy creativo, de buen gusto, que canta lo exterior siempre con el ojo del corazón, que canta lo interior siempre con la mirada del otro tan cercano. Él sabe que su voz nace desde adentros insospechados y se cuela en los demás, como cuando miramos el espejo del agua y no nos vemos solos, sino múltiples, solidarios, acompañados, casi siempre dichosos, aún en medio del miedo o la tristeza. Pues vivan sus poemas, porque, aunque describen, es más lo que sugieren, porque aunque narren pequeñas vicisitudes es más lo que develan, detrás de sus luces y detrás también de sus rincones oscuros. Esta primera parte, Walter ha pasado por un aprendizaje y nos lo enseña: Él aprendió que los mejores poemas “se escriben sin palabras”, y:
Que muchas veces los perros
ladran porque la soledad les estruja
su tristeza hasta el aullido.
Aprendí, que ser poeta es más
que un galardón en la vitrina
y la prepotencia en la palabra.
Nos enseña la humildad, a ser sencillo como la brizna o la oruga del camino. Y él sabe llamar “a cada una de las noches por su nombre”, es el mago, el demiurgo, pero el corazón sencillo lo lleva a dar el abrazo como solo los que son amigos lo saben dar al viento y a las raíces, al cogollo y a la piedra.
Y si es un poeta popular, es también un poeta de muchas lecturas, y Vallejo y Hernández y Pessoa y Guillen, también visitan sus versos:
¡Hay tanto dios con hambre,
Padre nuestro!
¡Tanto lloro sin nana y sin cebolla!
¡Tanto negro sin casa y sin diciembre!
¡Tanto beso enterrado en el olvido! (Hermanados)
Porque un poeta feliz puede sufrir en demasía, y solo su palabra es restauradora, instaladora de velas que iluminan el camino. Walter nos enseña que podemos ser hermanos, como nos lo enseñaron antes de que el mundo se volviera insensato y de un gran vacío, lleno de tecnologías. Andes de que un porcentaje elevado de la humanidad, dejara la humanidad a un lado, como un saco viejo y roto. Él también está imbuido del mejor mensaje de la poesía costarricense y universal desde la tradición, pero el canto que propone es tan propio, que dan ganas de salir a andar por los charcos con él, como si fuésemos los mismos chiquillos del barrio de la infancia.
Y en ese relato alegórico de su propia vida, llega hasta el Epitafio, donde el coloquio retoma la lengua popular, para signar ese conocimiento de la muerte que llega desde la infancia, con el proceso de la pérdida del hermano, el personaje de la muerte, el de la madre, todos significando la potencialidad de la muerte que refrene el espíritu festivo, el Carpe Diem obligado del poeta:
¡No le temo a la muerte!
Vos lo sabés muy bien,
si ya me resucitaste un tercer día
de un octubre de juerga.
Son las historias familiares, la presencia de los padres en el ambiente bucólico que se recoge con modernidad. Para arribar luego a la segunda parte: EN SEPIA. Que recoge bellísimos poemas de amor, que parten del mendigo, del desheredado que se nutre de los harapos más hermosos, los que le confiere el amor. El cuerpo de la mujer, la mujer misma es el mayor templo, la Catedral, y en ella se anclan las ansias que se han de saciar para nunca saciarse. Y los símbolos religiosos se desgranan en versos de amor:
En esa biblia abierta me desangro…
Y en ese cáliz gris de tus suspiros…
me confieso en silencio.
Y así, la confesionalidad amorosa en ese vos sabroso de los ticos, dispara sus metáforas de plenitud coloquial. Siento estos poemas de Walter como buenos rezos, a lo Debravo, con el hálito de la comarca nuestra, con la sencillez compleja de la liturgia nueva, como nueva es la palabra que nos redime desde la entrega y la disposición a dar, hacia siempre. Y esto, desde la perspectiva de los paradigmas que caen, es refrescante, la tradición también encuentra en la poesía, el camino de la renovación, ahora que tantos valores como el canto a la otredad se pierde en diatribas, el poeta es un loco lúdico enamorado, que disiente del tono mayoritario de la decadencia y nos da gotas prístinas, que sin embargo, son de una sagrada confesionalidad que se planta en medio de tanta jerigonza sin sentido, hallando en lo nuestro, en lo costarricense, la conquista de un poemario novedoso:
De que llovés, llovés, amante mía,
y algunas veces granizás
sobre el cobertizo de mi soledad…
Pero vale apuntar esta otra joya que cierra la serie de un sepia que siento con colores tornasoles que deja el aguacero que pasó por la calle:
Me he acostumbrado a vos
como el lápiz mongol
a mi libreta.
(Cuando apagás la luz
se nos suben temblando
todas las amapolas del potrero).
Esos elementos de lo cotidiano se hacen nudillos de una verdad que es tan nuestra, de una confesión de amor que nos permite volver a decir Eureka, aunque no salgamos del patio que se comunica con los patios de los vecinos y es separado tan solo por un destartalado alambre de púa o una zanja. Aquí viven esos potreros del festejo.
Y la tercera parte se llama Esquirlas. Con Ad eternum, siempre insistiendo en convocar a ese tú, ese vocativo lírico, dándole permanencia de eternidad, se establece un nuevo tono de dolor ante los procesos de la humanidad, ante la problemática social, primero sutilmente: “cuando el abrazo posee caro peaje / y cuando el beso es oneroso”…refiriéndose al amor de los otros, cuando no se cumple el amaos los unos a los otros, más que en la propia casa: en la vida del afuera “venden más aguardiente en los burdeles / y quizá Dios se enoje”. De nuevo la significancia del adentro, donde está el hada del amor no resuelve el afuera, donde está el dolor de la injusticia , el vicio, la profanación del amor y la guerra. Veamos en Resurrección: “Amor, ¡para qué tanta guerra? / Si el cañón del reencuentro / tiene esquirlas de paz en cada verbo”.
Es decir ante las esquirlas de la guerra en el afuera, en la casa hay esquirlas de paz, está el amor, y eso duele, como duelen los panes que no alcanzan. La protesta social se establece ante la necesidad de que el bien amado y gozado debe alcanzar para todos, esta sección es la contribución más bella del poeta a la búsqueda de plenitud en comunión con el prójimo. Y el yo lírico es octubre y el tú lírico es marzo, esta contraposición deviene de una percepción de la tristeza propia, aunque al final en “un marzo - octubre somos /revolcando la cumbia de tus soles / en la vasta ansiedad de mi aguacero”, resignificando una fusión de meses como se funden las vidas.
Es esta sección quizá la reunión de poemas amorosos más apasionados, porque duele el amor desde su plenitud universal.
La cuarta parte se denomina En re mayor, con un epígrafe esperanzador de Neruda ya se nos indica el cambio. Aquí se inicia con un poema de metalenguaje donde se proclaman los pensamientos de la estética que el poeta instaura, haciendo la crítica al preciosismo dariano o modernista se dice: “nos salen mejor los zopilotes / que las hipsipilas”, pero de inmediato se cura en salud ante el mal gusto, lo decadente y el realismo sucio: “tampoco se trata de lanzar / carroña o pintar bufonadas…” “Tanto remedo de Bukowski / es como tomar birra caliente / a las orillas del mar”. En esta crítica se está postulando el Ars poética propia, el disentir con una moda, el de buscar la identidad propia como poesía de país: “y horneemos nuestras propias hogazas / con nuestro propio sudor / y nuestras propia lágrimas./ ¡Pero que sean nuestras, / de verdad!” Un verdadero Manifiesto poético. Por eso el poema siguiente Confidencias, es un coloquio con la patria y sus valores que se van perdiendo por la acción de los farsantes, de políticos con olor rancio, que va siendo arrasada por el enquistamiento de la pobreza, la desprotección de los recursos naturales, y muchos otros males. Y en esos mismos tonos continúa este pequeño acápite de poemas que protestan ante los extranjerismos, los Kentucky que convocan a una masa dormida, y entonces el poeta también requiere subvertir el lenguaje como en Hashtag, donde ante el signo se apelotan las palabras en mayúscula, “vomitando resabios de inconsciencia”, y en este andar sin zapatos por la lluvia “selva adentro”, y “un abejón secunda el aguacero”. Por eso, y poco a poco, ese coloquio con la patria, se universaliza, y sabes que le duele al poeta un vos, un tú a lo tico, que es el mundo, partiendo de lo más cercano, a esa guerra que está acá, allá y acullá, por donde pasan las referencias al dolor y la injusticia en ese tono de villancico que solo huele a caño, en ese re mayor, que siempre acompaña el pesado fardo de la melancolía. Y por eso los Tatuajes que nos salvan están en el amor, los padres, la esposa, las hijas, en este caso son cicatrices dulces que los seres queridos van dejando en el alma del poeta. Sólo el amor nos salva, y el poema “que es un buen rezo, que a Dios le gusta mucho, y respondo por ello”…al decir de Jorge Debravo, siempre tan cercano a todo lo que huele a patria, como sucede con los poemas de Walter.
Por último, “Piel en popa”, la metáfora liberadora del ser, gracias al erotismo, preconizados por el íncipit: el título, el epígrafe de Gioconda Belli, y la pintura reproducida de Klint, poemas que no reseño porque deseo que todos lleguen a esta parte a degustar del amor, como de un cántaro prístino donde el placer tiene asidero perenne sólo desde el amor. Los invito…
Abrazos a todos los que acompañan a Walter por este periplo de su libro “Lluvia adentro…y sin zapatos”.
Ronald Bonilla Carvajal
Premi Nal. de Cultura 2015
foto: Ronald Bonilla, una alumna del Prof. Walter Barrantes, Lucía Alfao y el poeta Barrantes después de su presentación en Zarcero, Alajuela.
Comentario
Gracias, Delia, por tu amabe lectura y tu bello comentario, abrazos
Muy hermosa disertación sobre este poemario que debe ser una delicia leerlo. Deseo que Walter Barrantes tenga su merecido éxito con su libro y a ti, Ronald, te agradezco el "paseo" por esta obra, una vez más estamos conociendo poesía latinoamericana que nos honra.
¡Felicitaciones, es un lujo tenerte en nuestro portal!
Gracias, Benjamín, abrazos
¡Enterada reseña, Ronald, del libro de Walter Barrantes!
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