CAPÍTULO 2
Ni lo uno ni lo otro. Ninguno de esos mitos se concretó. Lo único sexual de todo el viaje resultó ser la técnica de alargamiento peneal que nos enseñaron unos días más tarde en Qatar. Riyadh resultó ser una ciudad más extraña de lo que habíamos imaginado. Una combinación particular de modernismo y antigüedad que se percibía desde el mismo aeropuerto, ultramoderno pero rodeado de arquitectura milenaria. Algunas avenidas y calles parecían recién construídas y quedaba la sensación que el país entraba en un proceso acelerado de occidentalización. En el aeropuerto nos recibieron un par de empleados del padre de Rashid y nos condujeron a una casa muy lujosa en las afueras de la ciudad. No había bailarinas exóticas, pero sí mucha cordialidad. El calor era agobiante y parecía que el sol se hubiese caído sobre la ciudad. Las viandas eran similares a las de cualquier restaurante árabe, sólo que el sabor era un poco más auténtico, más casero tal vez. Nos sorprendió la enorme ausencia de mujeres. Riyadh parecía una ciudad de hombres. Las mujeres pasaban como fantasmas, casi imperceptibles. Ya nos habían advertido del asunto religioso, pero vivirlo directamente era algo aterrador. No existía la concepción filosófica o individual de la mujer como tal. Eran solo objetos decorativos que movían de un lugar a otro. Ni siquiera podíamos hablar con ellas o verles la cara. Tampoco podían ellas levantar la mirada o notar interés alguno en los visitantes. Luego de descansar un buen rato, durante la cena, uno de los primos de Rashid nos contó con orgullo cómo le había quitado sus hijos a una mujer europea con la que había estado casado. Al parecer, el estado los protegía solo a elllos. Era como retroceder dos mil años en el tiempo.
En los tres días que siguieron, nos llevaron a toda clase de sitios dentro y fuera de la ciudad y nos sentimos como en una de esas mini-maratones a las que someten a los pobres turistas gringos en Europa. Lo extraño es que los transeuntes se me acercaban y me hablaban o me preguntaban cosas en árabe. Rashid los espantaba pero luego aparecían otros. Mis tres amigos empezaron a decirme que seguro tenía ascendencia árabe y a burlarse de mi reacción impaciente después de tantas interpelaciones. Sabía muy bien que no tenía ascendencia árabe. Mi apellido, Peñaranda, venía de España como todos, con la única variante de que mi bisabuelo se había ido a Portugal y había cambiado su escritura a Penharanda y luego, cuando mi abuelo emigró a Brasil, se casó con una mujer brasilera y de allí nació mi padre, quien luego de afincarse en la América Hispana y cuando obtuvo la nacionalidad colombiana lo cambió nuevamente a la escritura con su ñ original para que la gente dejara de preguntarle siempre la misma estupidez: “y esa h intermedia suena?”
En una conversación con mi abuelo en Manaos me había contado alguna vez que los orígenes del apellido podían estar en Valladolid o Granada, pero no le presté mucha atención. Y bueno, podría yo tener orígen andaluz, pero árabe? Poco probable. Total nunca había sido uno de esos chiflados que lo primero que hacen al llegar a España es ir a buscar el orígen de sus apellidos y sus escudos y abolengo. Me parecía una práctica borreguera. Prefería matricularme en la teoría que una vez me dió un cubano simpático: “en toda familia siempre hay una puta, un marica, un ladrón y una chismosa que se encarga de contarlo, entonces para qué buscar escudos y un pasado glorioso que quizás fue inventado por un historiador vivazo?”
El quinto día volamos a Qatar, un país un poco distinto donde Rashid también tenía parientes y amigos. El calor era más fuerte, pero la panorámica era diferente.
Continuará...
Comentario
Gracias a todos por leerme!
Interesante relato
Gracias
mary
MUY INTERESANTE RELATO AMIGO, FELICITACIONES...
Como todos tus relatos nos dejas la inagotable magia de tu talentoso hacer.
¡Eres genial como siempre!
Agregado por Nilo 0 Comentarios 1 Me gusta
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