ODA A LA CEIBA.

[Càstor A. Olivier O.]

 

El celaje de la piscua, la luz sonora del alba
lleva en mis reminiscencias, tus recuerdos ancestrales
en lo más profundo de mi alma
ojos de aguaitacamino, ave, familia del guácharo
la luna siempre se esconde y suelta su cabellera
detrás del gran quebrahacho
el bucare en la ensenada, trae gallitos de colores
el turpial, la soysolita, suben por el arcoíris
del aroma de las flores, cual Ave Fénix en su vuelo
para darle sus amores
a la flor del tabaquero llega el manto chirulí
el cedro blanco en la loma, evoca luengos lamentos
cuando el céfiro lo toca, haciendo crujir sus huesos
mis sentidos se resisten a creer que ya no existen
la ceiba y el matapalo, el cerezo, el alhelí
y el guácimo florecido donde yo corría descalzo
detrás de las mariposas, las abejas, el colibrí.

La Ceiba, precioso edén, el lugar donde nací
mi alma llora en tu ausencia, no sé si volveré a verte
en el gorjeo del piapoco, canto de las guacharacas
el tañido del corioco, la musa del campesino
tonada de la esperanza, madrigal de horas tempranas
cafecito en la totuma con fuerte aromas de Patria
casa de concreto armado, fogón de tierra y de paja
paredes enmohecidas, llorando ausencias y destierros
restos de muros cuarteados, enjambres de madreselvas
carcomiendo tus entrañas, con las lágrimas del tiempo
paraíso de mi infancia, tierno crisol de mis días
hoy, techo que se derrumba en los brazos del silencio
imagen que desvanece, en nostálgica agonía.

La Ceiba… pido perdón, por abandonar tu suelo,
tus flores y tus caminos
palma sola, el laberinto, los jabillos…

Hoy confieso: Nunca quise ir tan lejos
y de forma manifiesta, escribo: ¡Supieras cuánto te quiero!

© Cástor A. Olivier O.

El hijo del Cisne.

Venezuela.