Caminante: Cuando llegue a tus oídos el tierno y augusto arrullo del mar por donde tú has pasado ya tantas veces, apura tu paso para que llegues más pronto al remanso acogedor y generoso de sus aguas. Menor se hará entonces, caminante tenaz, el cansancio de tu cuerpo, porque la luz de la fe mayor se introducirá misericordiosamente por tus poros; y tus pensamientos, turbios ya por el polvo agrio del camino, serán lúcidos y rutilantes. Así podrás, caminante constante y sin meta definida, contemplar la maravilla sin límites escondida en las entrañas maternales del elemento mar.
Caminante: Cuando pases junto al mar, toma la barca que te estará esperando en la orilla. No vayas a sentir temor, ¡Oh, caminante sin rumbo!, que la barca, sin que tú te manifiestes, te conducirá, sano y salvo, hasta tu infinito destino. Las estrellas del cielo estarán prestas, ¡Oh, caminante pintoresco!, para luchar contra las penumbras de la noche, por más espesas que éstas sean, y hacer claro tu navegar. Y las aguas del mar se tornarán más apacibles y dóciles que las de un lago, aunque cuando tú llegues, ¡Oh, caminante singular!, estén luchando contra el más bárbaro y feroz vendaval.
Caminante: Cuando pases junto al mar no vayas a decir, sin querer: ¡Ay, qué olor tan nauseabundo y que ruido más aterrador, casi me sumo en las garras hirientes del mar! Voy a apurar mi paso para protegerme en la bondad tierna de la montaña.
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