En buena hora la encontró,
soy el mas dichoso el gritó,
aturdido por ese gran amor,
sentía a la mujer como una flor,
cantarito de agua que su sed calmó.
Le hizo un altar en su alma,
para tener donde adorarla,
y juro nunca jamas dejarla,
con el corazón feliz y en calma,
era como la sombra de una palma.
Era única su nativa belleza,
emporio de todas sus virtudes,
sin reticencia salían sus ardores,
con caricias de pies a cabeza,
resaltaban en su rostro los colores.
Le gritaba con el pensamiento
si no podía hacerlo con la voz,
solo de ella era su sentimiento,
y sus sentidos eran un río revuelto,
si no la miraba todo era atroz.
Con ella sentía la daga del amor,
y el calor de su mirada de fuego,
suspiraba su espíritu sin temor,
cumplido estaba al fin su anhelo,
vivir en la tierra como en el cielo.
J.Jesús Ibarra Rodríguez.
Delegado Cultural UHE.Mexico.
D.R.2013
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