Disfruto, bien mío, admirar el atardecer, símbolo exacto de que languidece el día para dar paso a la noche y sus misterios sombríos, complicidades silenciosas, idilios a la luz de la luna y la espera del momento de visitar los dominios de Morfeo.
Gozo, bien mío, el sonido, todo sinfonía, del jolgorio de las aves cuando alborozadas, al languidecer el día, vuelan simétricamente alineadas hacia sus nidos en el copo de los árboles o en la rama de algún arbusto amistoso para descansar de su extensa faena rutinaria.
Gusto, bien mío, del languidecer de la noche que le da paso a la aurora, heraldo de la llegada del día con su brillantez y encantos.
¿Languidecerá algún día, bien mío, dentro de un año, dentro de una centuria o dentro de un milenio nuestro amor?
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