INTIMIDAD
No hay placer, bien mío, comparable al que experimentamos cuando nos encontramos disfrutando de los encantos de la intimidad.
Mi covacha de sueños, lugar único de nuestros encuentros íntimos, se transforma en un palacio de esos que aparecen en Las mil y una noches y que tanto nos agrada.
Con sus odaliscas de vistosos trajes y los eunucos con su abanico de plumas alejando de sus cuerpos atractivos al huésped impertinente del sofocante calor, real y sensual.
Con su bañera de cristalina agua y sus esencias orientales que invitan a la lujuria.
Y tú y yo embelesados.
Y volvemos a la realidad suspirando de amor.
Y mi vista de águila recorre sensualmente tu desnudo cuerpo primaveral.
Y tu vista de lince recorre lujuriosamente cada palmo de mi arrugado cuerpo otoñal.
Y mis manos rústicas de campesino tocan todo tu cuerpo y con cada toque me transporto en alas de la ilusión hasta los verdes prados del insaciable amor.
Y tus manos de doncella, delicadas, leves, suaves, pulsan cual la increíble pericia del masajeador, cada porción erótica de mi avejentado cuerpo.
Y me creo en la gloria, contigo, bien mío.
Y te crees en la gloria, conmigo, bien mío.
Y volamos, volamos, volamos.
Divina intimidad.
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