El Susurro De Un Sueño

Autor: Norma Cecilia Acosta Manzanares.

Caracas- Venezuela.



En el umbral entre la realidad y los sueños, en un lugar donde el cielo permanecía perpetuamente teñido de un gris intangible y las estaciones se perdían en un eterno crepúsculo, vivía Alma. Una pintora cuyas manos, ni blancas ni negras, se movían con la delicadeza de la brisa, capturando suspiros en cada pincelada. Su mundo, desprovisto de los claros bozos del día y las oscuras siluetas de la noche, se suspendía en un tiempo sin tiempo, un espacio donde los sonidos de la vida y el silencio de la existencia se fundían en una sinfonía sin notas.

Alma había encontrado su hogar entre árboles de hollín madera, cuyos troncos marcados por la eternidad reposaban en el silencio de los recuerdos, acunando aves cuyos cantos se perdían en el umbral de la vida y la muerte. Su arte, lejos de ser una búsqueda de color, era un intento de dar voz a ese silencio, de retratar no solo lo que sus ojos veían, sino también lo que su corazón sentía ante la indescriptible belleza de un mundo sin gritos ni murmullos.

Un día, mientras sus dedos daban vida a un nuevo lienzo, su pincel se detuvo. La tranquilidad de su entorno se rompió con la llegada de un susurro, una vibración casi imperceptible que se filtró a través de la quietud del aire, provocando que el cuerpo de Alma se estremeciera. Era la esperanza, un sentimiento que ella pensaba que había desaparecido, disuelto en el gris de su mundo. Pero allí estaba, susurrante y frágil, amenazando con partirse como una rama cargada de nieve.

Con aves casi muertas como testigos, Alma tomó una decisión. En vez de permitir que la esperanza se quebrara, la integraría en su arte, en su ser. Sus lienzos ya no serían solo reflejos de un mundo en reposo, sino también lienzos de lo que podría ser. Cada pincelada se convertiría en un acto de fe, un desafío al gris que teñía su mundo, una declaración de que incluso en el silencio más profundo, la vida podía florecer.

Así, con lienzos que comenzaron a hablar de un mañana, de un despertar, Alma dio vida a la esperanza. Las aves, reanimadas por su resolución, extendieron sus alas hacia cielos que empezaron a despejar, dejando entrever, por primera vez, destellos de luz entre las nubes. El mundo de Alma, una vez dominado por un eterno crepúsculo, gradualmente despertó a la promesa de un amanecer.

En su santuario rodeado de árboles de hollín madera, Alma descubrió que incluso un cuerpo marcado por la desesperanza puede renacer en la belleza de un sueño. Y aunque su mundo seguía siendo un lienzo de grises, en su corazón y en su arte, la esperanza brillaba con los colores de un arcoíris aún no visto, pero profundamente sentido. Ese fue el momento en que Alma comprendió que su verdadera obra maestra no era ninguna de sus pinturas, sino su propia vida, transformada.

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Comentario de Delia Pilar el abril 25, 2024 a las 7:06pm

Maravilla de prosa poética, Norma. 

Lo he disfrutado con sumo placer. 

Gracias por enriquecer con

tu arte nuestro OME. 

Comentario de Elias Antonio Almada el abril 25, 2024 a las 3:24pm

Precioso texto, felicitaciones 

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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