Ya están llegando los días de las
blancas azucenas, dias de promesas y
ofrendas que ungen el recinto,
es la hora de los intensos
aromas de amores cumplidos, la hora
justa y noble de la entrega y las
leales alianzas, la hora para unir y abrazar
el santo Evangelio del mutuo amor.
Es la hora de la redención del dolor
y el castigo, la hora de salvar la esencia
humana en su gloria y su gracia,
es la hora de mutar las tristes flores de
gris a rosa y azul, la hora de cruzar la
esquina y detener el odio del tiempo,
acercarnos al sonido del cristal
para callar la furia del cemento.
Es la hora de parar de mentir, de engullir
y secuestrar, la hora de orar ante un vacío
donde una vez hubo un nido,
la hora de entrecambiar el beso con
salmos de beldad, la hora de alejarse de los
que prometen más de lo que quieren dar,
de esos embusteros y canallas inescrupulosos,
siempre inclinados sobre el pecado y la maldad.
Es la hora de huir de la melancolía donde
la vida se trenza, de ese agujero negro
que todo lo engulle en penas y naufragios,
la hora de dejar ese terrible miedo que
revienta el alma, la hora de expandir
los ojos por la bóveda celeste y de allí
mirar el lecho del cielo y la dulce
y verde verja del paraíso.
Es la hora de escapar de ese laberinto que
se va tragando la vida, la hora de volver
a los libros donde se oculta la dicha del deseo
mismo si ahora todo apesta a cerrado,
a muerte y silencio, es la hora de desafiar
la tormenta y atar las manos a las nubes,
la hora armónica de instar el
noble nirvana de los besos.
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