LORD KENSINGTON

Crucé el Atlántico muerta de angustias y expectativas. La vida me llevó a Londres siendo aún muy joven. Un posdoctorado en “Queen Elizabeth College”. A solo meses de graduarme en USA un científico inglés, Peter Benetto, me pedía colaboración. No podía perderme esa oportunidad que la vida me brindaba. Fue para el otoño del 1977. Directo del aeropuerto llegué a la Avenida Kensington. Trabajé en unos laboratorios de la Universidad como una bestia. El mundo de científicos europeos no deja de ser muy competitivo y voraz.

No había pasado mucho tiempo en ese maravilloso mundo de las ciencias, cuando me llegó una invitación muy especial. El sello real aparecía en el sobre. Casi incrédula leí aquella tarjeta fabricada con papel de hilo, de un color perlado, que aún brilla en mis recuerdos. Con manos sudorosas sujeté la invitación. Si, nada menos que era una invitación para asistir al cumpleaños número 80 de la Reina Madre Elizabeth. El Colegio le celebraría una gran fiesta.

Como yo aparecía en el directorio de investigadores residentes en el Colegio que llevaba el nombre real, no se si por error o intencionalmente, fui invitada a la celebración. Inmediatamente pasó por mi mente qué ropa usar para tan magna ocasión.

Para aquel viaje a Europa solamente llevé en mi maleta algunos libros, un par de jeans, varias blusas, y un único traje de ceda color violeta, estampado con flores gigantes de todos colores. La falda era larga hasta los tobillos y abierta hasta medio muslo.

Tengo que admitir que aquel traje era una maravilla tropical, al estilo de Carmen Miranda, pero no estoy muy segura de que fuera el apropiado para los salones del Palacio en La Avenida Kensington. Imposible comprarme uno nuevo con el escaso presupuesto de estudiante recién graduada en aquel país extraño.

Llegó la noche del evento, y allí llegué vestida toda florida y feliz, con la curiosidad natural abierta a flor de piel. Si algo me falta no es autoestima, así que respiré hondo, e hice mi entrada a los salones repletos de damas y caballeros. Para mi sorpresa todos se hallaban ataviados de negro. Demás está decir que las damas y “Ladies” presentes posaron sus ojos horrorizados en mi vestido. Pero los caballeros no podían disimular dirigir sus miradas directo a mis piernas largas y bronceadas por el ardiente sol del Caribe.

Recorrí rápidamente con mi vista el lugar. En el centro del salón se agrupaban varias damas pavoneándose junto a un caballero de cabellos blancos y un impecable porte de rey.
El individuo vestía un traje militar con una banda de color rojo cubierta de hermosas medallas que le adornaba el pecho.

Creo que se cruzaron nuestras miradas con una fuerza irracional, el caballero me pedía, más bien me suplicaba, que lo rescatara del delirio de las “Ladies” a su derredor.

Caminó con paso firme dirigiéndose hacia mí, y con una inclinación de cabeza, me extendió la mano, presentándose.
_ Lord Kensington, my Lady. Do I know you?
(Dama, soy el caballero Kensington, dígame, ¿La conozco?)

Todos fijaron sus rostros en nuestra dirección, y con la sensación de estar en un paredón de juicio final, le comenté que yo simplemente era una científica caribeña invitada al Colegio por un inglés amigo. Que solamente estaría por esos lares unos meses, y que era de Puerto Rico, el Lord confundió el lugar con Costa Rica, tuve que exlicar la diferencia de los dos paises.

Seguidamente le pedí que me explicara sus bellas medallas, y el Lord no escatimó tiempo ni esfuerzo en darme un curso intensivo de historia militar inglesa. Cómo le otorgaron cada una en las batallas en las que fue participe, destacándose en la India, en el Sur de África, en las Islas del pacífico… Creo que sació mi curiosidad hasta despertarme unas increíbles nauseas. Mientras esto ocurría, lucesitas me iban dejando casi siega.

A la mañana siguiente, un compañero de laboratorio me dejó varios periódicos sobre mi escritorio. No podía creer lo que veía. En casi todas las portadas se cubría la actividad de la fiesta y uno de los encabezados leía: Unknown woman call the atention of the Lord all night long.
(Mujer desconocida acapara la atención del “Lord” toda la noche.)

Esa desconocida era una verdadera imitación de Carmen Miranda. ¡De allí para Hollywood!

Completado mi término en la Universidad, regresé a Puerto Rico con la satisfacción de saberme plebeya, pero reina por una noche. Acá ahora me visto de negro para las fiestas.

Carmen Amaralis Vega Olivencia

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Respuestas a esta discusión

Carmen: excelente ensayo nos has compartido. Te felicito por tu creación

Silvana, amiga, valoro muchísimo tus palabras, tu post hermoso y tu delicadeza, bendiciones, Amaralis

Silvana, amiga, valoro muchísimo tus palabras, tu post hermoso y tu delicadeza, bendiciones, Amaralis

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Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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