Espera un poco
¿Por qué no te mueres? Sigues ahí, insistiendo en ver las rocas florecer. Te empeñas en transformar lágrimas en risas, y aún cuentas las prostitutas en la calle con una varita mágica, esperando transformarles la vida. ¿Por qué insistes en convertir la desidia en abrazos cálidos? Sabes que se cuela la brisa de invierno por las grietas de los años, y las campanitas ya no tocan madrigales.
Un día cualquiera te encontrarán fría, con la mirada cristalizada y la bandera de libertad sobre tu pecho. Te alcanzará la noche con la mirada fija hacia los ruiseñores, esforzándose en construir sus nidos en tu jardín, observando a los polluelos aprender a volar desde lo alto de la copa del Caobo, ese que un día viste reventar de la semilla que con mucho cuidado colocaste en tu suelo húmedo de ensueños e ideales.
Pero escuchas la voz dulce de la inocencia y reaccionas, coges un segundo aire y te vistes de verde, caminas con paso tambaleante por esa acera de algodón dulce, para volver a mirarte en los ojos transparentes de los niños. Sabes que es la medicina que necesitan las lacras de tu corazón. Con esa luz florecen de nardos blancos tus huesos, y sofocas la acritud de las horas en desvelos. Y hasta consigues que el sonido del arpa rebote en las paredes internas de tu imaginación.
¿Qué por qué no te mueres? Te pregunto, y me contestas:
-Porque aún me quedan besos en la boca, y rasguños en la piel de los que necesitan mis cuidados.
Carmen Amaralis Vega Olivencia
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