A propósito de Catorce días bajo la nieve, de Ignacio Arú
Al leer Catorce días bajo la nieve, pude comprender la significación increíble de las palabras del poeta cuando nos manifestó: “ustedes con su propuesta editorial y otros amigos poetas, me salvaron la vida, y esto no es literario, es tan real como que aquí podemos reunirnos y festejar esta publicación”. Por eso Poiesis Editores cuando celebra este libro, celebra la vida de los poetas del mundo.
Ahora bien, cuando un muchacho del trópico costarricense, un poeta, titula su poemario Catorce días bajo la nieve, podríamos pensar en un viaje, en que alistó su bitácora y emprendió el periplo hacia una breve temporada en el invierno, o quizá, en el infierno frío, para dejar sentado este oxímoron con el aroma de Rimbaud.
Ahora bien, si hablamos de un viaje y de una breve estadía en el infierno nos remitimos también a Dante, pero ese infierno tiene brotes también del cielo del poeta, este invierno tiene además el calor de algunos amigos, quizá el de una mujer. Veamos los indicios de su viaje, que también, por supuesto, es un viaje de lecturas y asombros, una estadía en México, en las leyendas y en los mitos aztecas y en lo celta y en lo helénico, en lo exótico del mundo árabe, andaluz, hebreo, y aún antes: un pálpito va tocando rincones de muros escarpados, va buscando el sentido de la vida entre la muerte que siempre precede a un viaje de esta índole, donde Caronte acompaña las almas que se atreven a tocar lo inefable.
No hay extrañeza al corroborar que el primer viaje es Acrobacia Celestial, la ensoñación del espacio sideral: “Cabalgo la pradera cósmica / sobre los meteoritos de crines de fuego”. Se trata de una expulsión “en llamas a la bóveda celestial”- nos dice. Estamos entonces ante lo mítico, dioses con lanzas, caballos, “manchas de piedra en el espacio” y, en ese tránsito, el correlato del yo lírico manifiesta ser remolcado por un asteroide hacia las nebulosas de Aruba. El mundo de la tecnología para escuchar la música celestial en el gramófono de gases nos remite desde el principio a un ámbito literario propio de las zagas de ciencia ficción, y el personaje Caligastia nos introduce al libro de Urantia, un demonio llegado hace quinientos mil años apenas enviado en misión a nuestro planeta, ángel traidor pues se resistió a la realidad cósmica y aún vaga entre nosotros. El viaje del yo lírico es terrible pues concluye en la parábola de estar en un “infusorio atrapado en el frasco de la creación”; de ahí devenimos en que el viaje, no es solo una ilusión sino un recorrido hacia la angustia y la irrupción del absurdo o de la otra realidad, en el camino del ego.
En el segundo poema, el actante lírico enunciado es el sacerdote. El título Lupercal, que procede de su primer libro Lupercalia, publicado en México, nos remite a un fauno, al estómago del lobo y en su cercanía literaria al corazón del hombre. El yo lírico presente se amplía al colectivo nosotros, que en adelante, será fundamental en esta pulsión lírico-narrativa, “bebemos de rodillas el agua negra”. La revelación del sacerdote que es el actor principal del legendario mensaje, lo que nombra todas las cosas, la palabra que funde el camino de la reproducción, irreversible, hasta investir a la diosa cazadora. Este poema es un referente cultural anfibiológico y humano por alegoría, los elementos de la anatomía no omiten la presencia del viaje por el agua, “navegamos desnudos”. Y el lector, quizá perplejo, logra captar algunas pistas de los elementos demiúrgicos involucrados en el texto.
Luego el poema Ana’s Poem podría interpretarse como un asomo de pulsión suicida del yo lírico, o de emparejamiento con la muerte. Destacamos este reclamo a la madre: “Dejaste a la muerte sentarse a mi cama, / nunca me leíste nada y antes de nacer / regalaste tus pechos”. Y luego esta hermosa develación que parece contener elementos autobiográficos: “la belleza y fuerza de mis diecinueve años / han encontrado su gloria en el mes virgen de Junio”, donde además se rescata el principio de belleza e incertidumbre de la vida, en “el río que se abre junto a mi casa”.
Pero no agotaremos en este breve recorrido todos los poemas del conjunto que pasará por otras instancias con la mirada del asombro, sino que seguiremos al vuelo en su viaje más significativo. Pero antes debo destacar la calidad de recursos empleados para imaginar y crear nuevas entelequias poéticas. Ignacio Aru es capaz de mostrar el patetismo, con palabras y disposiciones gráficas del texto, por ejemplo, para resignificar al Jesús desnudo en la cruz, y quizá, en contraposición el título dictamina que este poema es Parodia del espantajo, en el afán de develar el género poético antagónico del texto. También utiliza otros actantes líricos que apoyan al sujeto en su periplo. En Histeria Alice, ella es parte del viaje: “Las ola del universo, / que descansan en sus manos, / se extienden hacia las mías, / transportándome lejos”. La recurrencia narrativa se advierte además en el poema La Sirena del Jordán, correlato que entremezcla los personajes bíblicos como Moisés y Noé con su arca. Aparece, Simbad el marino, símbolo de los recorridos por las aguas y se sugiere la búsqueda de la cabeza de Juan, El evangelista, además se sugiere al Samaritano que recibe las manos de la mujer que le lava los pies, utilizando las figuras fabulosas del puercoespín y la sirena como eje metafórico del poema mítico de los ángeles perdidos y el advenimiento del canto. Esta ensoñación imaginativa va de la lectura al proceso de la subconsciencia, como en un mundo surreal donde se difumina el yo lírico para dar paso a personajes enunciados desde otras perspectivas.
Attila es otro enunciado, todo Attila de lo contemporáneo, es un reflejo del guerrero de los hunos, por eso el poeta muchacho, el Rimbaud que insiste en ser poeta siempre, se compara con el músico, el grupo o el fanático , alude a sus diecisiete años y se enfrenta a su muerte por propia mano: “me arrancaré el cuello como Attila”. Y anuncia alegóricamente su viaje: “Algún día me iré a pasear en la rueda de un tren / por la noche”.
Los elementos simbólicos en Aru se determinan fundamentalmente en relación a animales, al agua y al aire. Mi cuerpo es un estuario, afirma, y desde ahí narra la acción del halcón que “me arranca los ojos / y ve un estornino chapoteando a la deriva, que será su víctima”. Pero sí, el yo lírico se ha consustanciado con el paisaje y la fauna. Esta transmutación es parte de la bitácora que va dejando grabadas las escenas fragmentadas del proceso vivencial. Los simbolistas del siglo XIX también se visualizaron en otras criaturas, recordemos que Baudelaire alegorizó a los poetas con el torpe albatros en el suelo y con la magnífica ave que cruzaba los cielos.
Pero los viajes de Aru no suceden solo en el espacio, también se dan en el tiempo-histórico. Como en el poema “En un muro de Córdoba” situado en el año mil de nuestra Era, donde sobresalen como enunciaciones una jinete y Séneca, los Almorávides y Abderramán con su ejército. Un poema para un vocativo impreciso desde un yo lírico diluido, donde cobra relevancia este apóstrofe que se refiere a la mujer. Es importante entonces destacar que los culteranismos se entremezclan con la pulsión existencial que preconiza el poeta, no son alarde sino consustancialidad vital para sugerir, relatar a veces, para sobre todo, poetizar su propio mundo.
Decir que hay un propósito para los viajes y las estancias del yo lírico, se devela en algunos instantes, donde cobra sentido la amistad y se logra eludir a veces el estigma de una soledad ontológica:
“Estoy tan flaco que me pesa más el alma que el hambre / y me he pintado la espalda azul oscuro / para que duerman mis amigos / y sepan que la noche es bella y que voy desnudo”. Este sentido de viajar desnudo e inerme como aparece en este poema denominado Cárcel es la huella del camino del poeta en búsqueda de sentido. Este poema parece proseguir en la diatriba contra el poder en Los contentos, asoma un latinoamericano desde abajo, que hace la pregunta retórica: “¿quién nacerá para pagar nuestra deuda?”. El vulgarismo coloquial de la Choza presidencial y la Asamblea (Legislativa) son símiles de las tiendas mongolas del civismo salvaje, según denuncia. Y para oponer el concepto de Los contentos, vienen Los caravaneros, el nosotros que no tiene el dinero para arreglarse los dientes, enjambre de exilados, “mañana amaneceremos con una bala / en nuestras piernas”. “Nos atan a los muros, la reja central de la cárcel es un hueso más / descubierto en nuestros cuerpos / que desaparecen en los nidos de la muerte”. Esta pulsión de muerte, soledad, indefensión, locura, este deambular como “el último rastro de lo humano”, la orfandad colectiva ante los heraldos que representan el poder, este desvalimiento, los manicomios bombardeados, son el mundo del que se parte en la búsqueda interior, en el viaje que no va a ninguna parte, y todas las recorre. La pulsión de la tragedia humana continúa en el poema Tekbir que alude a la cultura y religiosidad musulmana donde “una madre conversa con los restos de su hija”. La bitácora sigue recogiendo instantes del nosotros que es compelido a viajar: “Vamos al témpano de madera”, pero sobre todo a ser el mirador, el desentrañador o el lector: “Vamos donde la mujer oyó cantar el crepúsculo / y repitió los sonidos de animales muertos”. Y para hablar de temporadas en el poema Amapala se habla de una leyenda de “un científico con la misma estancia de Jesús en el infierno”, en un poema que remite a lo centroamericano y a leyendas náhuatl o aztecas. Para el futuro la voz lirica anuncia nuestro viaje a Marte en el In Sight. Luego, la hermana carnívora hace alusiones al mito de Lilith, y llegamos a la parte meridional del texto poético: México casi de vuelta: la figura de la madre ejerce una autoridad represiva pero el yo lírico estaba ahora “por desaparecer en otro país”. Aquí se inicia una extraña temporada, el aeropuerto y la anécdota usual hoy día de quitarse los zapatos le llena de perplejidad. La vivencia rememora al cine y las películas. El elemento autobiográfico está presente pero se mezcla con la sed de poetizar del vate o del loco ante los gendarmes: “yo les digo que afuera la luna es plateada / y solamente había llegado siguiendo / las vías del invierno” La confesionalidad del parricida no es solo un hecho simbólico: “ellos me observan con sus ojos mecánicos; / temo que sepan que en la maleta / guardo las cabezas de mis padres, y la sensación de sus cuerpos desprendidos, / cuando arranqué la aridez de sus besos” Es la iniciación, el Bildungsroman que inicia un nuevo aprendizaje del camino, el desprendimiento que requiere la muerte de los progenitores para emprender el sí mismo, vendrán entonces las referencias a ese periplo por la tierra azteca, “estoy en el país de los muertos, en la metrópoli de obsidiana” y el anecdotario va tomando forma. La iniciación sexual es parte del ritual, ahora que está entre poetas más viejos, y que “la mujer cabeza de Copihue me muestra sus senos, / nunca había visto unos, / dice que gira en órbitas de carne…y dice que soy solo un niño”. Y luego del regreso a la habitación con una muchacha a quien promete la fantasía sexual, cuenta la peripecia de una fuga con cuatro personajes y vive el ritual: “Me bautizan en el pedestal del fuego / con una inscripción en la frente”, su viaje prosigue después en soledad, “luego de que me bajaran al lado de un puente / a media noche”. El correlato del yo lírico deambula “con el signo marcado de la virginidad”. “El ángel dorado baja de su pedestal” y lo conduce “a través de la arterias de los murales”. “No estoy listo para regresar, (se dice) he dejado un rastro de sangre…”
Estas peripecias que mezclan lo ficcional a lo factual, en un convenio con el lector de orden polisémico parece decir: no me creas todo lo que digo pero en todos estos eventos está mi verdad interior, está una realidad que es más poderosa que todo lo observado. He aquí la médula de un viaje, que ha de continuar ahora en el correlato de tercera persona en el poema El sol nocturno dedicado al poeta Juan Carlos Olivas.
“Nosotros somos nómadas
pero Dios pertenece a todos”
“Es difícil imaginar a Dios al final de la carretera”.
Estas disgregaciones del pensamiento en torno a la existencia de Dios, remiten a la posibilidad de la muerte del yo lírico, que en esta enunciación de terceras personas aparece al final: “Es más fácil saber que Dios no existe si muero / y los animales, / que también son el bosque, / no lo entienden”. (Ichtus)
Para emprender este viaje, Aru ha de convertirse en parricida, quizá porque siente el abandono o el rechazo: “Hago rituales en mi cuarto / ahorcando a mis padres”. Las malas semillas devienen de la ancestralidad, el rostro de la muerte es parte de estas vivencias que parten de la propia habitación, desde donde se viaja en el poema. En el V poema de Malas semillas, el miedo a la muerte y la recurrencia a un Dios incógnito se devela con fuerza, por eso el yo lírico visualiza en el futuro el viaje entre las aguas: “navegaré con el amor que me fue imposible, / en un ataúd, por el río, / donde al final me espere una catedral / y el llanto de mi perro y de los conejos”. El viaje, en fin, se emprende a la Casa Eterna y laa casa del hijo que convive con sus padres, en terceras personas, ahora cae antes de que caiga su pequeño Jericó. Este desmoronamiento lo sepulta, hace su cárcel, que es el símbolo de la inmovilidad versus la liberación, y que regresa en el poema VI de esta serie.
El poema Anatolia escrito en prosa, contiene elementos de parábola, para resignificar el viaje del sujeto lírico: “en los vidrios empañados se dibujará mi viaje y el mercader no recordará que partí en su caravana como esclavo de la belleza y el asombro”. Un poema que parece develar la unción o el triunfo del yo lírico, revestido como el héroe del viaje mítico.
Para culminar, arribamos a los Catorce días bajo la nieve, poema de largo aliento que le da título al libro. Los elementos son la muralla, los cerezos y el Templo de nuevo donde se da el encuentro del yo lírico con un hombre, el Hombre, el forastero que llegó, y que en adelante será el único personaje actante, en relación con la humanidad, donde antes había nacido la maldad: los hombres malditos, los sudacas y asesinos y donde las cruces grabadas representan a los niños victimizados. La paráfrasis es del nuevo evangelio: el avatar: “preguntan su origen y hunde sus manos en la tierra”. El final del libro es apoteósico, y refiere el final del viaje no en la muerte, sino en el acto sencillo del Hombre que quizá no regresa pero que deja sus huellas en la arena, como los poetas.
Así nos invita Ignacio Aru a viajar con él; correremos quizá los peligros que él ha vivido, pero saldremos cambiados, humanizados, por la fuerza de un verbo liberador aún en medio de la desolación.
Ronald Bonilla
Premio Nacional de Cultura 2015
Junio 2021
Comentario
Gracias, Benjamín, por tu amable lectura y comentario, abrazos
¡Preciosa reseña al poemario de Ignacio Aru, Ronald!
Agregado por Nilo 0 Comentarios 1 Me gusta
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