(Merello / España)

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SILENCIOS DE OTOÑO

Decir que la tía encerraba sus inquietudes en la iglesia era un lugar común. Cuerpo y espíritu comulgaban en aquellos encuentros de místico recogimiento, cuando llevaba sus pasos a los altares sombríos para depositar ofrendas a la Virgen Dolorosa.

Desde un escaño distante, el ángel la contempló por años, desde la infancia, y ahora el severo ambiente derramaba aroma de incienso, mientras que en el secreto de las ilusiones del ángel la pura virginidad de la tía despertaba sueños que aún no tenían término.

Estos recuerdos vienen a la memoria cuando desde el rincón solariego de la casa donde viví mi infancia, observo el andar pausado y solemne de la tía. Sus facciones guardan la misma belleza que cautivó al ángel en aquellos tiempos de la adolescencia y la juventud, y que con los años habrán adquirido para él mayor atractivo: pómulos de fruta, labios de asceta, rocío en las mejillas. Y su silencio perpetuo. Se tejía de pensamientos el gesto cuando exponía alguna sonrisa; era como un anuncio misterioso de algo que sólo ella sabía. En todo el pueblo se hablaba de la desesperanza de la vida que en aquella mujer se había convertido en mística religiosa.

Cuando en ráfagas venía a mi imaginación alguna escena de la vida familiar de la infancia, no podía evitar construir una figura alegre pero tensa en el recuerdo de la tía. Me hablaba entonces de una extraña sabiduría donde se mezclaba sin contradicción la entrega hacia el discurrir libre de la vida, con los más ásperos signos del ascetismo. Como juntar la flor con las espinas para hacer la verdadera ofrenda de la existencia. Y siempre la sonrisa serena pero tensa; la elegante manera de escuchar y comprender. Una extraña sabiduría, sin duda.
Y ahora, tiempo rescatado de la memoria, estoy al acecho de algún resto de emoción en su rostro, que aparece entre el enrejado de la ventana desde donde ella vería transcurrir cada día en su juventud esplendorosa. Más allá está apostado el ángel, en el mismo brocal de la fuente donde se ofrecía a la espera de algún gesto de aceptación de la tía. Soy yo ahora la fiel imagen de yeso que presidió sus oraciones de silencio. Soy la voz interior que le dice el oído que descubra su secreto, su extraña sabiduría, y escucho entonces la respuesta densa de la mujer que por años removió tas inquietudes del pueblo: «En este camino empolvado mis pasos han puesto trazos de fidelidad. He sentido el aliento de la vida latir tras de mí en los ojos de ese ángel que ha seguido mis pasos por años. Y he sabido ser mujer y ser diosa. Mis manos han cultivado la existencia de los huertos, del mismo modo en que otras han acariciado niños. Así he sido útil a las cosas que me han rodeado y a mi propia soledad. Pero ahora he dado paso a otra inquietud. Me habrá visto el pueblo entero al pie del altar ofreciendo mi vida a la Virgen Dolorosa. No podía saber esa gente curiosa que en el misticismo de una entrega hay algo más que la búsqueda de calor de iglesia. Sería imposible explicar cómo ese rito repetido durante años tiene algo de extraña satisfacción humana. Ha sido una meditación hecha de sangre y de humores. He sentido palpitar las emociones de la tierra y he escuchado el llamado de la vitalidad cuando reconstruía a solas una vida de intensidad subliminal. Como Santa Teresa o San Agustín, he vivido a solas con mi propia soledad, con mi sola intimidad. En la iglesia y en la plaza. He recorrido en mente todo el camino de las emociones, y en ese itinerario no ha intervenido otro pasajero que yo misma. Desde entonces, desde que eras un niño inquieto de saber, tuve el cuidado de no descubrirte mi propósito, Y mi conciencia no ha salido hacia otros ámbitos para pertenecer de modo extraño. Desperté así a lento paso. Fui descorriendo velos hasta asomar a la superficie, y cuando la alcancé tuve certeza. Ahora puedes nacer».

Con esa confesión mi adultez se hizo pueril. Fui volviendo mis pasos desde la existencia exterior hasta la cóncava roca de la soledad de la vieja tía. Vi al ángel sonriente recibir la ofrenda que le hacia la tía.

Juega en la plaza un niño. Lleva en las manos las arras de compromiso pertenecientes a la pareja que huye del bullicio del público.

¿Cómo entenderá el niño la sonrisa de la mujer que desposará muy pronto?

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Comentario

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PLUMA MARFIL
Comentario de Liliana MarIza Gonzalez el junio 10, 2022 a las 10:37pm

Un hermoso relato

mary


DIRECTORA ADMINIST.
Comentario de Maria Mamihega el julio 17, 2020 a las 12:01pm

PRECIOSO CUENTO ALEJO ADORADO, MIS CARIÑOS PARA TI Y TU ARTE. 


PLUMA ÁUREA
Comentario de Benjamín Adolfo Araujo Mondragón el julio 17, 2020 a las 9:45am

¡Estupendo relato, Alejo!


PLUMA MARFIL
Comentario de Liliana MarIza Gonzalez el julio 16, 2020 a las 9:03pm

Aleo me encanta tu cuenta cuentos, lo haces vivo, facil de leer

Gracias 

mary


PLUMA ÁUREA
Comentario de Edwin Antonio el julio 16, 2020 a las 5:29pm

Un gran abrazo por tu bello relato me gusta muco lo del ángel. Abrazos infinitos.


PRESIDENTE HONORARIO
Comentario de Aimee Granado el julio 16, 2020 a las 4:37pm

Una beldad maravillosa que nos dejas en este relato lleno de matices. Los silencios de otoño, revelando sus verdades en esta confesión que nos acerca a la espiritualidad de la protagonista de la historia: la tía llena de virtudes y de misterios.

Inocente postura la del ángel que a través de los ojos del niño, puede admirar y descubrir la verdadera esencia de una mirada, el rubor de las mejillas, la intensidad sublime que multiplica la esperanza, la expectativa de una entrega del corazón que ha de renacer desde la emoción vivida con intensidad.

Un divino aporte nos has regalado en este día.

¡Felicito y congratulo tu obra!

Ando revisando  cada texto  para corroborar las evaluaciones y observaciones del jurado, antes de colocar los diplomas.

Gracias por estar aquí compartiendo tu interesante obra.

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