Casi sin pensarlo
Cociné mi comida en silencio y era
Y era inusualmente tarde sin embargo
No llegaba el hambre
No llegaba el hambre
No llegaba el hambre ni la sed llegaba
Ni la sed llegaba.
No tenía sed, no bebí una gota
De vino, de agua.
No bebí una gota y no sentía
No podía sentir la garganta.
Abrí la boca para hablar
Pero no dije nada: no tenía nada que decir
Ni había nadie en casa.
¿Para qué hablar? Me dije
Callé sin decir nada.
Pero tenía al borde de mis labios
Algo parecido a unas palabras
Que querían salir
Un amasijo de letras apuradas.
Quise hablar, o beber
Quise hacer algo
Y era una apatía de hambre de sed de silencio una…
Una sed de nada.
Y esa sensación de querer decir algo
Empezó a arder en mi garganta.
Tragué las letras olvidé las palabras
Enmudecí por siempre
En una cobarde ingestión de consonantes
Y vocales amargas.
No me culpen; vivo arrepintiéndome
Sufro cólicos de prosa gastritis de epigramas
Y hoy escribo hasta en las servilletas
todo cuanto no dije cuando hacía falta.
Escribo en las solapas de los libros
Al dorso de boletas y recibos
En cortezas de pan; en cáscaras de fruta;
Donde me dejen escribir, escribo.
Hasta que vuelva mi voz, enmudecida
Y atragantada por el desatino
De no hablar cuando hacía falta
Y detener lo que habría sido
Sólo prometo papeles borroneados
Un par de cuentos, otro libro
Y un deseo casi sobrehumano
Por encontrar la voz que se ha perdido.
Comentario
Lo mismo para tí, Ana Mercedes.
Gracias Amigos; me ayudan a encontrar mi voz...
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