Apenas un murmullo a la distancia,
se deja oír por el camino de piedra,
y, mustia, se eleva ya la hiedra,
por la pared, que se alza con prestancia.
Los geranios que acompañan el camino,
van, sobriamente, adornando el duelo,
arrastrando sus tristezas por el suelo,
aceptando mansamente el cruel destino.
Y mientras una leve brisa, apenas,
aromando va, de rosas, el sendero,
brotes nuevos se asoman del cantero,
verde savia que despunta por sus venas.
Pero el suelo enmohecido te despide,
desterrando para siempre la esperanza,
y ha de ser la oscura mata que, se afianza,
la que de tu vuelta en raíces hoy te prive.
Aniquilada la vida en un instante,
derramada su sangre en un baldío,
muerto está el corazón que ha sido mío
y cegada su mirada fulgurante.
Y no es el cristal más frágil que la piedra,
pues quisiera yo romperlo y liberarte,
más es la muerte la que pugna por diezmarte
arrojándome a esta angustia que me quiebra.
Te digo adiós mientras la tierra herida
se desmorona sobre tu recuerdo,
es más que amor lo que en el duelo pierdo
pues con tu adiós, también, se va mi vida.
María Elena García Giraldo ®
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