En mi cuerda locura, amada ficción-realidad, caté en la bodega de mi covacha imaginaria el vino agridulce que tú me serviste para celebrar nuestra cita previa.
Nuestra armonía discordante cubrió de blanco algodón el minúsculo espacio de la realidad virtual donde tú me entregaste tu cuerpo virginal y yo hice tuyo mi cuerpo impuro, que disfrutaste con calma tensa.
Aire asfixiante.
Fe racional de amor eterno.
Ateo devoto que oró contigo en el templo de la idolatría.
Ángeles del infierno con las alas chamuscadas por el fuego ardiente.
Yo era, bien mío, una celebridad desconocida que sólo tú con piedad bondadosa aplaudías.
Espejismo real que calmó nuestra sed en un desierto sin oasis.
Creo que estoy seguro, bien mío, que nuestro amor eterno trasciende la eternidad divina.
Somos cielo y mar.
Fuego y agua.
Mito y realidad.
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