En una sosegada noche invernal,
silenciosa y toda oscuridad,
en el alejado final de la maleza,
los dos se unieron.
Con delicadas caricias y un susurro,
su ardor los jóvenes amantes,
sin la niebla de los celos presente,
lo consumieron.
No mas soledades en tardes opacas,
nada de pasos por caminos extraviados,
sin que nadie corte sus arboles de dicha,
así vivirán.
Atrás quedó el agua cenagosa,
y el hostil repudio por su amor,
compartieron emociones y alegrías,
y se amaron.
El agridulce arte de convivir,
con libre albedrío en su relación,
fue de plenilunios y pleamares,
en sus vidas.
J.JESÚS IBARRA RODRÍGUEZ.
Derechos reservados. México-2012.
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