MIS ÁNGELES DE LA GUARDA HAN SIDO MUCHOS
Creo que me rodean muchos ángeles. Siento que se pelean para determinar cuál de ellos me acompañará por los próximos días. Es que si hago un recuento de las mil maravillas que me ha tocado vivir de la mano de algún ángel, les confieso que me asombro yo misma de que aún siga viva.
Podría comenzar por un recuerdo remoto con mis amiguitos al borde de un acantilado, pescando uno peses que llamábamos tamboríes. Éramos una pandilla de muchachitos de, como máximo, siete años de edad. Nos escapábamos en grupo a pescar. Y si lográbamos sacar uno en el anzuelo, le rascábamos la barriga hasta que se inflaba, para luego devolverlos al mar. Así pasábamos horas casi al borde del precipicio.
Estoy segura que sobreviví esas hazañas porque el ángel de mi guarda para esos entonces debe haber sido muy poderoso.
Más adelante en la vida, cuando aprendí a correr bicicleta, tal vez tendría 12 años de edad, me escapaba de mi casa hasta llegar a una carretera que bordeaba el mar y conducía al puerto, donde llegaban grandes transportadores de caña de azúcar, tan cargados que las cañas sobresalían del vehículo de carga, y al pasarme por el lado en ruta al muelle, casi me lanzaban a la carretera, pero yo era muy ágil y me agarraba de una caña, siendo arrastrada por el camión, sin tener que pedalear la bicicleta. Ufff, ese ángel sí que debió ser súper fuerte y defenderme de tan alto peligro.
Más recientemente mis ángeles de ocasión lograron rescatarme de las aguas del Mar Caribe cuando se me ocurrió saltar de un puente de la Marina Norteamericana pensando que podría nadar hasta la orilla. A mitad de trayecto los brazos y las piernas se me encalambraron, y supe que no podría llegar a la arena dormida.
Se preguntarán cómo sobreviví. Pues resulta que una bandada de querubines que me cuidaban de esa locura se apoderaron de mi cuerpo casi moribundo y me arrastraron hasta la orilla del mar.
Es que debo haber sido pez en otra vida, porque siempre el mar y sus peligros me atraen como agua para el sediento, o como rosas perfumadas y luminosas ofreciéndome rutas de aromas divinos de la mano de los ángeles.
Ya la edad me ha hecho más precavida, pero les cuento que a todos esos ángeles que me permitieron llegar hasta hoy les guardo un rinconcito en mi corazón. Tal vez los vuelva a encontrar en el tránsito a otra vida.
Carmen Amaralis Vega Olivencia
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