HAY ÁNGELES QUE PROVIENEN DE LA INDIA / SHREEKANT DESHPANDE.


Tranquila y concentrada en entender lo que aquel profesor de Química Física estaba explicando sobre las leyes de termodinámica cuando a la puerta del salón en Monzón 105 se asomó una criatura muy difícil de describir. Tal vez medía 4 pies y algunas pulgadas de estatura, y de seguro no pesaba más de 80 libras. Tenía un color de piel un tanto aceitunado y unos espejuelos muy gruesos le cubrían su rostro enjuto.


El Dr. George Siegel interrumpió sus cálculos de la Entalpía y Entropía del Universo, para atender al Dr. Shreekant Despande, así se llamaba aquel científico que cambió de una manera espectacular mi vida para siempre. Shreekan era natural de Bombai, India, pero llevaba varios años trabajando en USA y en ese momento formaba parte de un grupo de científicos que fueron traídos al Centro Nuclear de Puerto Rico, en Mayagüez.


Cada uno de aquellos científicos provenía de lugares remotos, tales como Grecia, India, Bangladesh, Islas Vírgenes Americanas, por mencionar algunos países. Era la época de la Guerra fría entre USA y Rusia, donde ambos países mantenían submarinos con bombas nucleares apuntándolas a sus respectivas costas.
El Centro Nuclear de Puerto Rico operaba con un reactor de Uranio radioactivo, y en adición a experimentos secretos, también se llevaban a cabo experimentos de ayuda humanitaria en caso de que explotara la tercera guerra mundial. Las investigaciones científicas eran subsidiadas por el Departamento de Energía y el Departamento de Defensa de USA.


Gracias a Dios el conflicto se pudo resolver con diálogo, y la guerra fría terminó, pero el Centro Nuclear continuó patrocinando sus proyectos humanitario, especialmente aquellos para controlar la hambruna que sufrían pueblos como Bangladesh, Paquistán, algunos países Africanos , incluyendo Etiopía, entre otros.
El Dr. Deshpande necesitaba ayuda en sus investigaciones que se llevaban a cabo con técnicas de Activación con Neutrones y Rayos Gamma, por lo que se dirigió al Recinto Académico de Mayagüez, de la UPR, para buscarla. El Dr. Siegel escuchó su petición y al terminar la clase esa tarde me pidió que fuera a una entrevista al Centro Nuclear con aquel científico tan extraño para mí.


La entrevista sería en inglés y les confieso que fui con mucha renuencia, considerando que para ese entonces el idioma inglés con un característico acento hindú no era mi fuerte.
Para entrar al Centro Nuclear tenía que vestirme literalmente de Plomo, bata de plomo, guantes de plomo, etc., etc. Esto para evitar la radiación directa o indirecta en los pasillos y oficinas. Conversé entre muecas y gestos con el Dr. Deshpande, logré entenderle que trabajaría determinando el % por peso de proteína en 20 variedades de habichuelas soya. Las variedades que tuvieran mayor porcentaje de proteína por peso luego se sembrarían en los países con hambruna y así mejorar su nutrición y ayudarles a sobrevivir.


Me pagaría buen dinero con fondos federales que patrocinaban aquella investigación. Acepté jubilosa, y ahí fue donde se transformó mi vida para siempre.
Me enamoré del proyecto, pensando que por mi contribución a la ciencia lograría ayudar a resolver la crisis de hambre en tantos países. Trabajé arduamente por dos años, y cuando al fin completé mi tesis de maestría, comenzaron a llegarme admisiones a muchas universidades.


Me sorprendía que supieran de mi existencia en esta Isla del Caribe, y para mi sorpresa fue el propio Shreekant que solicitó por mí, seguro de que podría continuar con un grado doctoral en Química Física.
Mami lloraba pidiéndome que no me fuera, que con la maestría ya podría conseguir un buen trabajo, que dejara eso, que me quedaría jamona si seguía estudiando, que la piel perdería el brillito, y a los hombres no le gustaban las mujeres muy graduadas.


Pero un gusanito en mi interior me decía, sigue nena, sigue, y seguí, y en septiembre del 1972 arranqué para Gainesville, y fue el mismo Shreekant el que me regaló la maleta Sansonite con la que marché a paso lento a una próxima etapa de mi vida lejos del hogar y lejos de mis queridos padres y mi hermanita.


La vida fue generosa conmigo, pues el tiempo voló y pude regresar a mi lar con mi título doctoral y con una oferta de trabajo en el lugar que deseaba, La Universidad de Puerto Rico en Mayagüez. Ese ángel que llegó de la India cambió mi vida para siempre. Hoy lo recuerdo con mi corazón henchido de gratitud. Dios lo tenga disfrutando en el cielo de Krishna.
Amigas y amigos del Castillo, les acompaño foto con el Dr. Shreekant Deshpande.

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