LA PELICULA DE LAS SOMBRAS
Aquel abril nos llegó de repente un huracán, el frio de la furiosa ventolera se colaba por el alma, y una tristeza infinita revivía antiguos recuerdos. De esos recuerdos que entristecen.
Pero lo único bueno de la tempestad era su capacidad de reunir a la familia. Todos buscaban algo que hacer para el bienestar de los otros. Seguido de los fuertes vientos se interrumpía el servicio eléctrico y con la llegada de la noche la obscuridad absoluta arropaba el espacio que se hacía pequeño para sostener el arremolinado grupo de tíos y primos. Esos familiares que no tenían una casa fuerte como la nuestra, y pedían albergue en los malos tiempos.
Mi padre buscaba las linternas y las acondicionaba para darnos algo de luz, y junto al movimiento de la luz de las velas las paredes del caserón se convertían en una sala de cines donde todos éramos protagonistas, donde se reflejaban nuestras siluetas y se contornaban según nuestro capricho.
El drama de las sombras se hacía cada vez más interesante, especialmente cuando uno de mis tíos se le metía el espíritu de Pavarotti y comenzaba a dar aullidos de un poder estruendoso que le daba un carácter macabro a la película donde todos éramos primeras figuras interpretando el delirio del movimiento inquieto de nuestros cuerpos en las sombras.
La melancolía unida a la locura de la oscuridad de alguna manera ayudaba a producir una alegría inexplicable. El frio que se colaba despertaba un hambre desesperante. Había que preparar un caldero de sopas, pero con la tempestad, quién sería el más atrevido que saldría a buscar la gallina para la cena de tantos?
Siempre era Israel, el más gordo y comilón de todos, el que desafiaba los vientos y salía en las tinieblas a buscar una gallina al corral del patio.
Al regresar triunfante y con su cara mojada y regordeta, entregaba la presa a la abuela Cum, que ya tenía el caldero sobre un anafre de carbón de leña con el agua hirviendo para la faena. Y de las manos mágicas de la abuela al poco rato se repartían los platos con sopa caliente a cada uno, que con el hambre olvidaban la película, menos yo, pues era entonces cuando empezaba la mejor parte.
Me reía como loca con las imágenes de la familia comiendo inclinados sobre la mesa. Me fascinaba escuchar los ruidos que hacían al chuparse los dedos. Todo el conjunto lograba proyectar la magia de un final feliz en la pared inmensa de la película de las sombras.
Comer juntos acompañados de los zumbidos del viento, las risas nerviosas, el olor a sopa de pollo, y los pisotones en la oscuridad a media luz hacía que todos sintiéramos y disfrutáramos un de gran júbilo. De algo nos tenía que servir el terrible miedo.
Carmen Amaralis Vega Olivencia
Comentario
Cierto amigo Benjamín, esas tormentas tropicales atacan de momento, y los niños , en su Inocencia, las disfrutan mucho si están protegidos por sus familias, bendiciones, amigo, Amaralis
Donato, amigo, acá en el Caribe, para los niños es una fiesta el junte por los huracanes, amigo, ufff, bendiciones luminosas, Amaralis
M e agrado y gracias por compartirlo ..
Muchas gracias mi estimado y querido amigo, este relato es vivencial, así eran las cosas en mi niñez, amigo, bendiciones de domingo de paz y reposo, Amaralis
Muchas gracias Mamihega, amiga, y son relatos verídicos, así eran los miedos del huracán cuando éramos niños, bendiciones de paz, >Amaralis
Tus relatos siempre regalan bellos momentos por sus nítidas, frescas y pintorescas imágenes.
Un gusto leerla. Cariños
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